No pensé que esa mañana
regresaría todo de golpe, pasando de una escena a otra con antaño silencio. Yo
sólo quise recoger una de esas piezas finamente elaboradas porque sentí
curiosidad de ver formas y colores en perfecta armonía. Los párpados son el
telón de la resurrección.
Mis pies estaban cubiertos
de arena, olía la marisma y tenía los síntomas de una ensoñación y un
disturbio. Pisé la playa y me sentí la mujer actual de cuarenta y un años
cumplidos. Sin embargo, a pocos segundos era una niña de siete años a lo mucho,
sin zapatos, con una coleta y ropa de baño color azul marino; un traje que
seguramente no fue elección mía.
Lo primero que escuché fue
de pronto la voz de mi padre diciendo:
– ¡Ahí está la antena!, ya
estamos llegando.
Lo dijo todos los años, ¿lo
recuerdas? Cada vez que regresamos…
El King, con sus ladridos distrajo
un poco mi atención, se atravesaba entre mis piernas persiguiendo a unas
gaviotas que volaban bajo. En ese momento reconocí, en una vieira de tono
turquesa difuminado, otros años de mi vida: los gritos desesperados por no ser
atrapada en un juego de niños. La tomé asombrada, y es que no esperaba escuchar
nuestros gritos mientras corríamos entre las dunas de arena para no ser
“bombardeadas” con los abrojos, que utilizábamos como municiones contra “el
equipo contrario”. Las voces venían de ahí, sí. Estarás de acuerdo que en esa
época no importaban tanto las “buenas formas”, total que no había más que
tierra donde correr, tierra por todos lados; como en el patio de la abuela,
donde los uveros daban la sombra suficiente para jugar debajo haciendo carreteras.
En Xalapa nunca tuvimos eso.
Increíble entrar y salir de
los recuerdos a esa velocidad; surrealista o no, cada dos o tres pasos parecía
que del mar me llegaba vida, como la metáfora de Boticcelli con el nacimiento de Venus sobre
ese molusco eterno. Puse en mi oreja la vieira de color violeta grisáceo y
escuché de pronto en… no recuerdo ya qué estación de radio, pero un tal Sibaja
Martínez me deleitaba con José José, Camilo Sesto y Roberto Carlos, era un
programa especial de complacencias que sintonizaba todas las mañanas; ¿Puedes recordarlo? Yo
misma marcaba al teléfono de la estación para las peticiones y elegía para ti “Días
de vino y de rosas”, como tu nombre, Rosa.
Las vieiras de tono gris
intenso que tienen un tamaño regular y parecido al de una corcholata, fueron un
detonador en cadena, me “llevaron” de un latigazo a los partidos de “El Duco”,
¿lo recuerdas?, cuando papá no parecía comprender que las niñas no gustamos
tanto del futbol ni de ser “bañadas” de cerveza en las gradas de un estadio. En
ese mismo escenario “Los Azules de Coatzacoalcos” y entonces: beisbol, refrescos,
botanas, y otra vez cerveza sobre nosotros.
Pero, – ¡Cómo no hice esto
antes! Repetí una y otra vez levantando vieiras que me hablaban de mi pasado, de
mis nueve y de mis diez años. Regresé de golpe a mi escuela primaria, “Artículo
123 Tomasa Valdés Viuda de Alemán”. ¿Quién habría tenido una escuela con un
nombre tan largo y extraño?
Ansiosa me tiré a recoger
más de mi vida. En las que se movían en el agua entre las patas de King, que
eran del mismo tamaño pero en una combinación rojiza, pude leer, en “sus trazos”,
mi paso por la secundaria, el ápice de cada una de ellas me mostraba el punto
de partida de una anécdota. ¡Pude verme! ¿No me lo puedes creer verdad? Pero
cierto, pude verme: zapatos de charol negro con las calcetas dobladas muy cerca
del tobillo, la blusa blanca que acompañó a esa falda azul rey y a la que le
subí y bajé el dobladillo tantas veces. Estuve de nuevo sentada contigo en esa
banca ancha de madera, ubicada al lado derecho antes de entrar a la cafetería.
Ahí volvimos a platicar con amigos y maestros, en el patio central, en las
escalinatas del auditorio, doblando en la esquina del fondo cerca del
laboratorio de química, y en esa biblioteca hermosa a la que me gustaba ir
únicamente por su olor a madera. Las “Semanas Culturales” tan concurridas, “Los
Fratelos” cantando en inglés y las chicas enamorándonos de ellos.
Puedo contarte más cosas,
pero algunas las dejaré en el tritón amarillo que con su perfecta forma cóncava
conservará nuestros recuerdos para otro momento, para cuando lo usemos como
emisor de sonidos de vida, a través de su ápice truncado por el tiempo.
Carolina Guzmán Sol
Unión
Estatal de escritores VeracruzanosFestejo de los 100 años de Coatzacoalcos
“Encuentro del Mar 2011”
Salón Zapoteco
Centro de Convenciones de Coatzacoalcos
4
de Julio de 2011