INSTINTO PATERNO
Medianoche. Vuela
incorpórea figura, se detiene en el quicio de la puerta abriéndola, los goznes
chirriaron. Luisito despertó asustado; rayos en los cuencos de los ojos vacíos
le erizaron los pelos. Espectrales vueltas aéreas alimentaron su llanto. El
fantasma recordó el feliz 1914; había matado de miedo a padres e hijo con esa
actuación. Esta vez nadie acudió. Traspasó la recámara matrimonial: él miraba
el futbol, ella, con audífonos puestos leía una novelita. El niño lloraba
angustiado. Sobre el sudario blanco hamaqueó al crío arrullándolo. Se dijo con
voz de ultratumba: -Soy un cursi fantasma viejo-
Marissa Hess
DESBRUJULADO
Ormuz era un topo que
había nacido completamente ciego. Vivía intranquilo en su madriguera. Deseaba
conocer el brillo de la luna del que hablaban continuamente sus compañeros
cuando salían a pasear. Solitario rumiaba su aislamiento pero ideaba como llegar
a la superficie. Un día decidió excavar sin pensar que estaba completamente
desbrujulado. Trabajó sin parar día y noche abriendo túneles sin sentido,
olvidándose hasta de comer. Cuando la consistencia de la tierra se hizo blanda
supuso que había logrado su objetivo, dio un último mordisco y sin esperarlo,
cayó en una fosa séptica oscura y maloliente.
José González Gálvez
CLAUSTRO
Acelera el paso, no te
detengas, puedo arrepentirme. Al llegar a la casona amurallada los pesados
maderos se abrieron, simulando recibirme con la tibieza de un abrazo, que en el
mundo de afuera me fue negado. Estoy a salvo. Este será mi refugio sempiterno,
aquí no hay espejos: vestido de añoranzas, abrigo de rezos, calzado de paz. No
creo en la vocación de este estéril quehacer, pero lo asumo con la entereza del
desahuciado. Quizá llegue el amor, ese que no concibo sin tocar, sin oler, sin
presencia. Desdibujare el camino sin intención de caer en lo profundo del
recuerdo.
María Esther Balcázar
Márquez
AMANTES DEL AIRE
Pedalea lento con los
brazos extendidos. Su corazón sigue a los ojos fijos en la rueda sobre el
alambre, tenso a veinte metros del suelo. –Hoy no quiero la red- dijo al subir.
El silencio reina en la carpa, cien cabezas lo miran conteniendo la
respiración. Su corazón se desvía, sigue a la mente que viaja hacía la rubia
del trapecio. Anoche la sorprendió abrazada al joven domador. –Ya no lo quiero,
pero no lo puedo abandonar- gemía llorosa. Mientras cae en el vacío recuerda
las últimas palabras: -¡Ojala se muera!-
Marisa Hess
FUGA
El disparo invade el
ambiente. Sonia lo escucha con el corazón agitado. Tengo que correr,
esconderme, que nadie me busque porque ya no estaré, me desangraré hasta morir,
renaceré en otros tiempos, debo huir de mi pasado triste, de los muertos, de los
engaños y los golpes de mi padre. Tengo que huir, perderme ahora. La cinta se
rompe al contacto con su pecho; una vez más Sonia ha llegado primera. Respira
mientras recibe los aplausos del público y abrazo de sus compañeras. Nadie,
sólo ella, sabe lo que pasa por su cabeza a lo largo de cien metros.
Rosy Márquez