martes, 6 de marzo de 2012

MARY

Por: ROSA MÁRQUEZ MARTÍNEZ


Aunque se llama Wendy, le decimos Mary; nadie sabe cuándo llegó al poblado pero si las razones que la trajeron a este rincón tan apartado de la ciudad; no habla con nadie, siempre saluda, pero no se detiene a platicar como nosotras; es tan blanca que pareciera que nació de un rayo de luna. Su figura delgada, el cabello recortado y su saco verde la hacen diferente y provocan que la imaginación de los pobladores no tenga límite, todo mundo se pregunta cuántos años tendrá de vivir en estas tierras.
Ella nos pidió que le dijéramos María, pero nosotros le llamamos Mary, tal vez porque no encaja en las Marías de este pueblo.
Mary se levanta de madrugada como todas y temprano sale a buscar leche y masa para el almuerzo, el suyo, porque no tiene marido; bueno, por ahí dicen que si tiene y que se llama Jacinto; yo no recuerdo haberlo visto y eso que aquí nací.
Dicen que fue hace años, más de lo que lleva el que los naranjos den fruto, que Mary conoció a Jacinto en la capital; ella iba de prisa, con su cabello corto, su saco verde y la mirada triste mientras avanzaba entre el gentío que se hace en el metro Pino Suárez. Era una muchacha con su mochila al hombro recorriendo el mundo, venía quien sabe de qué lugar.
En ese ir y venir se tropezaron, sólo fue un golpe ligero que hizo que sus miradas se encontraran y que llevó a un “perdone” de él, al que siguió un; perdonar tú,  yo ir a Chapultepec ¿Tú saber? De ella. 
 Jacinto era muy guapo, de ojos muy oscuros, tez morena y aire de hombre de campo. La miró y le dirigió una sonrisa.
 ¿No eres de aquí, verdad? preguntó en inglés, que él había aprendido en uno de sus tantos viajes como ilegal a Estados Unidos; le acompañó con gusto, se encontraba arreglando un asunto de venta de cosecha de cítricos en SAGARPA y se dio el tiempo para ayudar a una extranjera en apuros.

A ese paseo siguió  otro y otro más. Jacinto era un excelente guía y muy buen conversador; a su lado la vida y el tiempo pasaban deliciosamente.  Al terminar la semana, sin mayor ceremonia  Mary amaneció en su cama y se convirtió en su mujer, aprendió a tortear, a revolver los frijoles y moler el chile.
Pero la cosecha no fue buena, las inundaciones habían diezmado la producción y lo obtenido no alcanzaba. El apoyo de SAGARPA nunca llegó, así que Jacinto decidió viajar nuevamente de mojado a las tierras del norte prometiendo volver, ahora con mayor razón.
De eso han pasado tantos años que se ha perdido la cuenta; de Jacinto no nos queda ni el recuerdo, aún así ella espera pacientemente. Aunque no hable como todos,  convive con la gente del lugar, saluda, sonríe y  retorna a su casa; sus pisadas se han hecho lentas y su rostro se ha surcado de arrugas; pero ella va y viene siempre con su saco ya descolorido y su pelo corto, no vaya a ser que Jacinto no la reconozca. Y no importa que esté lloviendo o sea de noche, ella deja la puerta sin tranca, por si algún día regresa, él compruebe que su María, su mujer, le está esperando.

EL MUERTO DE LOS CONTRERAS

Por: Yabín Cabrera Ramos
Taller Literario Bernal Díaz del Castillo / Coatzacoalcos, Ver.













Lo mataron por el bar, cerca de la parada de camiones, impulsados por un instinto animal; primero, Pedro le estrelló en la cara un pedazo de pavimento que encontró entre los restos de un tope, y Emigdio, el menor de los hermanos, le propinó finalmente una punzada certera al corazón.
Antes de ser descubiertos, los hermanos corrieron a ocultarse al nauseabundo cuarto que alquilaban cerca del lugar.


 Al día siguiente, los diarios locales destacaban la fotografía sangrienta de un ingeniero recién graduado por la universidad nacional. Bajo el título “Junior salvajemente ultimado”, se mostraba sin ningún fundamento informativo, el charco de sangre que envolvía al cuerpo. En otra foto, un Ford Fiesta azul marino; su coche, descompuesto a una cuadra del lugar con el pie indicativo: “Habría tomado la ruta más larga y peligrosa”.

Los hermanos, después de una noche intranquila por la conspiración, salieron a la calle con rumbos diferentes pero con el mismo fin, descubrir la verdad de los periódicos. 

 Así, cada uno por su lado, se enteraban la mañana del lunes 28 de noviembre, que su víctima no era el dueño del bar que los había corrido y de quien decidieron desquitarse la tarde anterior.

 — ¡Siempre sale a esa hora hombre, siempre! -le dijo Pedro a Emigdio cuando arreglaban la venganza, y siguieron tomando sin dar tanta importancia al comentario. Tres horas más tarde, un bullicio destroncaba la noche por la aparición de un cuerpo. 

 Consternados después de ver el charco rojo en la gráfica, los hermanos regresaron en profundo silencio al cuarto, se vieron a los ojos, colocaron los periódicos en una pequeña mesa de mimbre y empezaron a tronar —como hecho bíblico— las gotas de lluvia sobre el techo de lámina. 

 Ahí estaba, en las portadas de los principales diarios, el muerto equivocado de los contreras.
La víctima murió al instante, sin tiempo de recopilar las imágenes que guardaba de una vida próspera y tranquila. A los pocos minutos el cuerpo se rodeó de curiosos noctámbulos. Las primeras declaraciones apuntaban a un fallido intento de asalto, pero enseguida se desmintió. Las características del crimen, según la policía local, indicaban un móvil distinto.