viernes, 21 de febrero de 2014

CUENTO DE NAVIDAD, por Marissa Hess


No quiero oro no quiero plata yo lo que quiero es romper la piñata, cantaba con su bella voz mi tía mamá, acompañada de los jaraneros que amenizaban la posada. Un grito de júbilo siguió al crujido del barro, víctima del palazo que hizo saltar de la panza de la olla, tejocotes, mandarinas y colación para regocijo de los pequeños, y de los no tan pequeños, gracias a las monedas que tío Alfredo metió a la piñata y que tintineantes rodaban por el suelo

Las tías, achispadas por el ponche, nos urgían a pasar a la amplia estancia  dominada por un pino  oloroso y gigantesco, lleno de brillantes esferas multicolores que lanzaban reflejos de las guías de lucecitas que rítmicamente prendían y apagaban. Con el aguinaldo ganado en la piñata nos sentamos a oír los villancicos y las “naranjas y limas

A los pies del gran árbol se deslizaba una colina de oloroso musgo, llena de frondosos árboles, y palmeras con cocos. En las faldas progresaba una espesa selva de paxtle, refugio de algunos animales salvajes, se podían ver cuatro elefantes con la trompa hacia arriba y tres leones caminando al lado de una cebra; más arriba en una cima nevada de bolitas de unicel unos borreguitos descansaban en su corral. No lejos de ahí embellecía el paisaje una de las cascadas de celofán despeñándose en una amplia cortina que el rio llevaba a un sereno ojo de agua hecho con el espejo del baño- en el que nadaban contentos algunos patos y tortuguitas,  mientras un caballo tomaba agua en la orilla.

Siguiendo un caminito de aserrín, bordeado de conchitas recogidas en la playa caminaban los pastores; un pastor de hirsutos cabellos negros cargaba sobre sus hombros a la borrega recién parida mientras la pastorcilla llevaba entre sus brazos al recién nacido. Otros, pastoreaban un rebaño de dos o tres ovejas, y un pequeño grupo a la vera del camino asaba, en una fogata de palitos y fuego de papel de china rojo, un conejo que seguramente habían cazado la víspera. El caminito culminaba en la entrada de una cueva…

De la orilla contraria se desandaba una calzada de piedritas rojas que atravesaba un desierto de arena del mar de Coatzacoalcos por el que un caballo, un camello y un elefante cargados de preciosos tesoros, transportaban a sus prodigiosos pasajeros que viajan siguiendo una brillante estrella, que detuvo su errática trayectoria iluminando la entrada de la cueva, en cuyo interior podía yo ver  un pesebre, en el  cual una vaca y un burro daban calor a un niñito desnudo, cubierto tan solo por pobres pañales. Hincados y en perenne adoración estaban José recargado en su báculo y María con su luminosa mirada de madre primeriza sonriendo al recién nacido.

Ya nació,  vengan todos, ya nació -dijo emocionada mi abuelita mientras nos apretujábamos para ver el portento que esperábamos con amor.

De repente todos volteamos a lo alto del pino: el alado heraldo que se mecía amarrado por la cintura, tocó su gran corneta y con voz celestial nos anunció: Gloria a Dios en la Alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad, dad al mundo la buena nueva esta noche el niño dios ha nacido.

¡Feliz Navidad!

Marissa Hess        
 

 

1 comentario:

  1. Un ingenioso y chispeante testimonio de las costumbres y tradiciones de nuestra lejana infancia que por fortuna aún se conservan en algunos hogares.
    Felicidades Marissa

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