A la memoria de Nahui Ollin,
con admiración
No sé si yo me introduje en tu vida o tú en la mía, pero viva
y omnipresente cohabitas este espacio temporal con ese modo infalible que
utilizas para materializar tus caprichos más genuinos; como haya sido, nunca
pude volver a ser la misma.
Me recuesto por las noches buscando un sueño tranquilizador y
al más breve movimiento… ¡ahí estás de nuevo! Apareces descomponiendo líneas
rectas para eliminar lo convencional de
la vida y pintar poesía erótica en mi cuerpo; entonces llegan al ex convento de
la Merced tus amantes y los míos, y bañados en fluidos piroclásticos liberamos
la mansedumbre de todo nuestro género.
Despierto y me veo caminando por la Alameda y por Tacubaya
aun antes de bajarme de la cama, antes de emprender el arreglo necesario para
el día. Cuando maquillo mis párpados con el lápiz habitual, el espejo me
devuelve una mirada enorme flotando en el mar de tus ojos verdes, eres tú
convertida en mí, o soy yo escondida entre tus cabellos rubios, algunas veces
mal cortados.
En más de una ocasión me descubro repitiendo ese parlamento
elocuente que define tus ideas de principios de siglo, tus pasiones y tu rebeldía;
luego de forma inevitable tomo la cadencia de tus movimientos y caigo en una
furia de celos incontenible; me desplazo como tormenta buscando al Dr. Atl para
descargar los rayos, las lluvias y los truenos, que habrán de fulminarlo, cada
que lo pienso encerrado con mujeres disolutas. Y lo amo aun odiándolo.
Si nombran a Nahui, soy yo quien voltea.
Viajo rumbo a los quehaceres cotidianos con la mirada perdida
en cualquier cosa del entorno, de repente mis ojos se clavan en espectaculares
donde aparece mi cuerpo desnudo, y entiendo que Diego debió pasar por esas
calles poco antes que yo, pintando murales que conciben un país fabuloso, donde
habrá libros para los campesinos, luz eléctrica, educación, maíz, pintura y
mujeres felices; lo hace para indicarme por dónde puedo llegar a él, para
volver a pintar mis caderas descubiertas y gritar mi poesía social sin
detenimientos, con las ideas subversivas que a ti y a mí nos identifican.
En ocasiones, cuando siento que no soy yo como lo fui antes,
paso la mano por debajo del vestido que apenas cubre mis piernas, y no
importando la compañía de los Bernales, deseo desnudarme en el salón de letras
para despojarme finalmente de todo cuanto me cubre; del prejuicio de los
trapos, del apretado corsé de la sumisión de las mujeres de cualquier época; de
las que aun callan, de las que aun son golpeadas, las que esconden sus rostros,
las que sufren infidelidades y luego son abandonadas, las que por miedo se
rinden, las que son vendidas y mal pagadas.
Yo era Carolina Guzmán, la hija del arquitecto Álvaro Guzmán;
ahora soy la desnuda, la indiscreta, la de sueños lúbricos.
Carolina Guzmán Sol
Junio de 2014