jueves, 7 de noviembre de 2019

A LAS TRES, EN LA BANCA DE LOS CORAZONES ROTOS




No había regresado a ese lugar desde hacía veinte años, o probablemente más. Siempre imagine en mi acelerada mente (esa loca que me lleva de la mano todos los días a la maraña de enojos, frustraciones y deseos) que algún día regresaría al parque central de mi añorado pueblo y recorrería una a una, las estropeadas bancas que tanto significaban para sus habitantes, y en especial para los adolescentes. Después de tanto tiempo las fachadas, las casas y edificios principales, habían cambiado drásticamente, pero el parque conservaba ese rasgo arquitectónico estilo colonial que se observa en la provincia mexicana.

Aquí les cuento. La última vez que me senté en una de ellas fue cuando chamaco. Como cada tarde, específicamente a las tres, porque en ese horario el parque se vaciaba y me sentaba a esperar a Don Beto, el de los helados mas deliciosos que existen en toda la región central de Oaxaca; pero en esa ocasión, helada quedaría mi alma cuando se escucharon las detonaciones fuertes y constantes, y el correr y gritos desesperados de quien se siente perseguido por la misma muerte. Solo alcance a aventarme entre los arbustos, detrás de esa banca, la del centro del parque, en la que todo mundo le escribía corazones rotos y recados de amor a su amada; ahí donde circulaban las excelsas, angustiantes, locas e incomprensibles cartas jamás entregadas.

Esa tarde singular fui testigo de la más cruel matanza de mujeres a manos del ejército. De eso me enteraría después, porque como se imaginarán, no me quedé a indagar nada de lo ocurrido. Corrí sin parar, más veloz que la última vez que competí con el profesor Madrazo en los juegos estatales…saltando troncos y arbustos atravesé el monte hasta llegar a casa; mis padres solo me dijeron que era el único testigo de ese incidente y que ponía en peligro mi vida, y la de ellos también. Por lo que era necesario mandarme a casa del diablo, lejísimos; con el tío Emiliano.
Quien diría que en eso había terminado todo el mitote de las doñitas, feministas del pueblo; entusiasmadas porque habían conseguido permiso de las autoridades superiores para divorciarse de sus holgazanes maridos y salían ese día a celebrar con una marcha alrededor del parque. La cita para mi desgracia, fue a las tres de la tarde. De pronto, mi añoranza se completó cuando escuché a lo lejos el característico tintineo que tanto extrañaba, metí mi mano a la bolsa del pantalón para alcanzar unas monedas, mi corazón se llenó de gozo y mis ojos se humedecieron. 

Edith González Marín
26 de septiembre de 2018


2 comentarios:

  1. Interesante combinación de dos planos: la memoria y la realidad. Trabajo interesante

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  2. Excelente narrativa que me tubo al filo de la butaca y me llevo a recordar pasajes de mi juventud, me tuvo pensando el final del desenlace de una buena historia

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