lunes, 18 de abril de 2022
martes, 2 de noviembre de 2021
CALAVERAS 2021
Gritos, llanto y mucho miedo
¿Qué haces cuando la muerte se acerca?
¿Te sigues creyendo intocable?
¡Ay poeta,
persona terca!
La prosa no alarga la vida,
tampoco el cuento o la novela,
la muerte viene por ti,
te va a llevar, quizá te duela.
Con sangre
escribiste un poema,
tal vez firmaste un contrato,
en la vida nada es barato,
la muerte es un fuego que quema.
Ana Leticia disfrazada
de catrina, se escondía,
murió queriendo escapar;
hoy le cantan la letanía.
A la “calaca” ahora maquilla
en lo oscuro del panteón,
¡Císcalo, císcalo diablo panzón!
alcanzó a gritar mientras moría.
Edith contaba cuentos
y quiso “cuentear” a la muerte.
Ya no le alcanzó la suerte;
la “huesuda” no le creyó.
Atrapada quedó en una tumba,
en una esquina del cementerio.
Hoy cuenta sus cuentos en “serio”,
con voz a ritmo de rumba.
¡Ay Lulú querida mía!
tu tampoco te salvaste,
la muerte leyó tus poemas,
de un fuerte “hipo” ahí quedaste.
Te encontraron en tu oficina;
hacías trabajo contable,
no fue una muerte amable,
ahora añoras la piscina.
Burlarse y con cuentos cósmicos,
son cosas que no se llevan,
Urania ahora lo sabe:
quien lo intenta muerto queda.
Un óleo le hiciste a la muerte
usando colores muy fuertes,
moriste sin “Toque de Queda”.
Carolina la migrante
se “refugia” en un camposanto.
La muerte la quiere tanto
que ya no le pide visa.
Caro murió de risa
en un viaje medio oscuro,
“clavada” se echó a la fosa,
donde el fondo está más duro.
¿Creían que iba a escapar?
¡Pues no! Pepón no pudo.
La “huesuda” le jugó rudo;
se “atragantó” con un brebaje.
De cempasúchil era su té;
no le alcanzó para el viaje.
Siendo el líder del grupo
los “Bernales” lo siguieron,
pensaban ir a una fiesta
y al cementerio cayeron.
Hoy falta tinta en el panteón,
pues hay un grupo animado:
hacen prosa, bailan danzón,
ya se acabó su reinado.
Si esto hace semejanza
con personas no difuntas,
“coincidencia” dijo la muerte.
No hagan caso, a nadie espanta,
si en la noche caminan juntas.
Jorge Malpica Jiménez
Imagen: Aida Emart
sábado, 11 de septiembre de 2021
Penélope
Rodeada
de sus nietos, Ella esperaba. La tristeza sólo se permitía aparecer, a manera
de relámpago en la mirada, en breves instantes del día. Alfredo, su “Gordo”, no
llamaba, y no aparecía.
A sus
cincuenta y tantos, se ocupaba de los problemas de sus hijas: madres solteras
con críos por formar. En esa tarea ella participaba decididamente, de manera
total: los furores del cuerpo no terminaban por apaciguar a las dos mujeres que
años atrás había parido. Ambas necesitaban un hombre que les vendiera la idea
de lo que ellas entendían por amor, alejadas de los hijos. Ella se resignaba:
había abandonado a un marido borracho y desobligado, cuando alguna vez intentó
golpearla. Armada con sartén en mano, lo sacó de su casa, de su lecho, de toda
posibilidad de vida marital. Y ejerció la independencia económica, o, como tan
elegantemente dicen hoy en día: se empoderó: trabajó de empleada doméstica,
intentó participar en política. Formó parte del ejército de mujeres del partido
oficial buscando un apoyo, mediante programa creado expresamente para ello.
Debía dedicar horas del día siguiendo y aplaudiendo candidatos. Alguna vez le
exigieron dar más tiempo y quedarse hasta tarde, la amenazaron con no incluirla
en el programa. Irritada, sólo preguntó: -¿Y quién va a cuidar a mis hijos?
Molesta, no volvió.
Las
habilidades culinarias aprendidas desde niña y heredadas de una madre distante,
la llevaron a elaborar antojitos que iba a ofrecer a la carretera. Así
crecieron sus hijos, y llegaron sus nietos. Y así llegó a su vida Alfredo, con
cuatro años de casado. Él era un hombre de carretera que le hablaba de: viajes
y lugares que recorría, problemas maritales y, por añadidura, se solidarizaba
con las necesidades de su familia. Un día, Él la invitó a acompañarlo en uno de
sus viajes, y ella, con la esperanza de nueva vida conquistada, aceptó.
-Yo no
me voy a quedar para siempre, mi Gorda- le decía. Ella fingía no oírlo. Lo
cuidaba, le arreglaba su ropa, lo curaba si enfermaba. Y sus nietos lo llamaban
abuelo, y Él los consentía con cenas sencillas.
Hasta
que un día no regresó y dejó de llamar. Entonces el cansancio dejó caer todo su
peso. Ella que soñó terminar sus días junto a Él. Su “Gordo” se distanciaba. Lo
imaginaba recorriendo carreteras. Pensaba que volvería decidido a quedarse,
agradecido por su devoción y adoptando a toda su familia.
Pero
no. Alfredo no volvía, no llamaba. Y todo dolía más: los problemas, los
malestares físicos, el desencanto de los hijos.
Alguna
vez Alfredo marcó su número y Angélica contestó. Después de esa llamada donde
hablaron trivialidades, se sucedieron otras tantas más. Pero jamás volvió a
sentir su presencia en el umbral de su puerta.
Dora
Berenice Paredes Acosta.
abril
de 2021.
Imagen:
Rafael Cauduro
GISSSSS
El cursor
parpadea
mi mente en
blanco realiza una secuencia difícil de descifrar
ruido en la T.V
ruido en la T.V
ruido en la T.V
luego nada
son las 3:00 am
y nada cambia
cada vez más me
parezco al viejo asesino
mirando
fríamente desde el fondo del infierno
estrujándole el
seno a la locura
violentas arcadas
sosa y veneno en
la bebida
brindar por el
hecho de no morir nunca
son las 3 am
ruido en la tv
ruido en la tv
ruido en la tv
ruido en la tv
Francisco Uscanga
Castañeda
Invisible
Camina sobre aquella avenida,
sus
pasos son pesados, arrastra soledad,
arrastra
dolor, arrastra el tiempo.
Sus
ojos gritan ayuda,
nadie
lo ve, nadie se percata de su presencia.
Es
la tarde después de la lluvia
una
flauta triste se escucha a lo lejos,
al
son de las aves, mientras el cielo
muestra
su arrebol sobre las paredes
de
cristal de los edificios.
Continúa
su camino
arrastra
sus penas, como sus pies.
¡Pobre
hombre! se escucha un murmullo.
Continúa
su camino en aquella avenida
arrastra
su melancolía, esa que nunca
lo
ha de abandonar.
Su
paso es pesado, la tarde cae poco a poco.
Pobre
hombre, él y su soledad,
ya se va, se lleva lo triste de esta ciudad.
Emmanuel Parada Huerta