domingo, 22 de junio de 2014

METAMORFOSIS, by Rosy Márquez Martínez


















Ese domingo Cervantes lo descubrió mientras se miraba en el espejo: había envejecido notoriamente, encanecido de manera acelerada y perdido una gran cantidad de cabello; su mirada se mostraba apagada, triste y apenas podía reconocerse entre las arrugas que surcaban su rostro. Días después  le asombró ver su cuerpo transformado: estaba tan  delgado que sus músculos se adherían a los huesos. El escritor intuía lo que ocurría, aún así permanecía hasta altas horas de la noche en una prolongada congoja, pasaba los meses encerrado en su habitación hasta alarmar a sus cercanos. Fue un viernes, durante la tarde, mientras conversaba en el jardín con su único amigo, que vio  en la distancia enormes molinos cuyas aspas se movían con el viento; los observó levantarse y avanzar hacia él.  Lo supo con certeza: se había vuelto loco. Su personaje se había posesionado de él, de su cuerpo y su alma, de su tiempo y destino.
Sonrió feliz, ahora sí estaba listo. Se acomodó frente a su escritorio, colocó cientos de hojas y mojando la pluma en el tintero escribió: El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha: Capítulo primero

Rosy Márquez Martínez

Septiembre 2013
 

miércoles, 4 de junio de 2014

LOS SOBREVIVIENTES DE FRANCISCO HERNÁNDEZ, by Rosa Lotfe



Los Sobrevivientes de Francisco Hernández es un trabajo sobre la lectura del poemario “Soledad al Cubo” dedicado a mis compañeros bernales: Lourdes, Ana María, Pilar, Florentino, Óscar, Elena, Ricardo, Corsi, Isabel, Francisco, Horacio, Ericka, Gerardo, Zandra Luz, Rita y Ana Estela. Y por supuesto, también a Pepe, quien nos sentenció a vivir la experiencia.

¿Llega la angustia a madurar si no se escribe?

“Debe ser la noche. No oigo nada. Si estoy dormido, mi sueño es invadido por aves congeladas. Si estoy despierto, soy un pájaro encarcelado dentro de un bloque de hielo”

En el albergue de las expresiones los bernales enmudecimos. Fue un breve lapso en el que sólo el zumbido monótono de los ventiladores -ensamblado con el cercano concierto de las olas- acompañó a nuestros pensamientos.

Aquella noche, habíamos escuchado por primera vez el monólogo interior del Poema Uno de Francisco Hernández y, sin sospecharlo siquiera, nos quedamos encerrados en una pesadilla de tres metros por dos, llamada Soledad al Cubo. A partir de entonces los bernales acudimos a la cita con toda puntualidad. Entrábamos voluntariamente en aquel cuarto de mínimas dimensiones, descorríamos las cortinas de la soledad para escuchar las elucubraciones de un papagayo –color ceniza-, que imita cantos de otras especies, de un hombre tullido del alma y cuerpo que respira escribiendo para no desaparecer. Compartimos las imágenes alucinantes de las visitas de la Señora Cráneo; la de un gato pelirrojo que de un salivazo se transforma en sapo; la de cucarachas con antenas blancas y siete centímetros de largo que te miran fijamente a los ojos; la de miles de moscas –las inevitables golosas- que instrumentan con sus alas un ruido similar a las carcajadas de Belcebú o la de escenarios oscuros, intentando evitar una peregrinación de escarabajos para poder escribir sobre hormigas de cuerpo lanceolado.

Las reacciones fueron diversas. Unos se resignaron a sufrir la experiencia, algunos se resistieron pero otros la gozaron. Pilar, por ejemplo, a veces se tornaba compasiva y aseguraba comprender –con conocimiento de causa- el estado anímico del poeta. Ana María en cambio, se concentraba en analizar al detalle, las frases en las que navegaban; la nostalgia, la incertidumbre y la desesperación. Lourdes, ensalzaba los aforismos en los que encontraba riqueza espiritual, pero se lamentaba constantemente del abuso de la procacidad. Un día no la soportó más y abandonó el patíbulo sin contemplamientos. A Florentino, le gustaba profundizar en los puntos más álgidos e irreverentes, haciendo comparativos y citando a otros poetas. Óscar, Elena, Ricardo y Corsi, manifestaban abiertamente su total desagrado en casi todas las lecturas. Óscar en particular, declaraba percibir la falsedad en el sentir del poeta. Isabel, se mostraba dolida por la terrible soledad de aquel hombre que le inspiraba pena y mucha tristeza. Caso aparte es el de Francisco, quien invariablemente con su sarcasmo y simpatía, le daba el toque de humor a las sesiones. Un día nos confesó que a él los tormentosos poemas en cuestión, le producían felicidad. El asombro provocó risas y singulares comentarios y hasta dio pie para una tarea: investigar la palabra Cledalismo.

La ignorancia invitó al silencio. Nadie, excepto el maestro conocía el término inventado por Dalí para definir al sufridor profesional -aquel que goza sufriendo-

Nuestro compañero Cledalista nos aclaró que la felicidad que experimentaba, era provocada por la admiración que sentía hacia el autor, ya que él, si tenía el don de expresar lo que padecía. No recuerdo al detalle las apreciaciones de Horacio, Erika, Gerardo, Zandra Luz, Rita y Ana Estela, quizás optaron por escuchar y observar, verbos, que confieso, me encantaría practicar de vez en cuando.

Casi puedo asegurar que Pepe, nuestro coordinador y verdugo, se complacía al observarnos alucinar con las ingeniosas metáforas de Francisco Hernández.

La que aquí escribe se pasó sesenta y ocho semanas intentando vislumbrar, si aquella depresión que patentizaba el poeta en su soledad, elevada al cubo, le había desquiciado por completo, o si aquellas páginas habían sido escritas bajo los efectos de alguna droga, para finalmente llegar a la conclusión, de que hay que seguir girando y,  bajo ninguna circunstancia detenerse en las orillas del abismo, porque mirar al vacío, te hace irremediablemente perder el equilibrio.

Además agrego a mi vocabulario: pirexia, sentina, cresterías, versos yámbicos y me quedo con la enriquecedora experiencia de explorar de nuevo y en principio, el mundo de José Revueltas, Gustave Flaubert, Juan Ramón Jiménez, Frank Kafka, Max Brod, Zurbarán y sobre todo con los acordes del Vals Triste de Jean Sibelius.

También me quedo por completo con el poema diecisiete y con estos fragmentos que me atreví a hilvanar.

-Río a carcajadas repletas de silencio- (4) en cada intento por -sumar mi muerte a tantas que he tenido- (11) y en –la angustia de estar siendo sin estar- (13) –extraño el arroyo donde por las tardes llegaba a bañarse la esperanza- (22) y aunque a veces –permanece la soledad sin cambios: tiene cara de laberinto y piel cenicienta, de hoguera pisoteada. (22)  –animado por lágrimas, sonrío- (28)

Rosa Lotfe

Marzo 16 de  2005

Taller Bernal Díaz del Castillo

Soledad al Cubo /Francisco Hernández

As de oros. Colección de poesía