Los Sobrevivientes de
Francisco Hernández es un trabajo sobre la lectura del poemario “Soledad al
Cubo” dedicado a mis compañeros bernales:
Lourdes, Ana María, Pilar, Florentino, Óscar, Elena, Ricardo, Corsi, Isabel,
Francisco, Horacio, Ericka, Gerardo, Zandra Luz, Rita y Ana Estela. Y por
supuesto, también a Pepe, quien nos sentenció a vivir la experiencia.
¿Llega
la angustia a madurar si no se escribe?
“Debe
ser la noche. No oigo nada. Si estoy dormido, mi sueño es invadido por aves
congeladas. Si estoy despierto, soy un pájaro encarcelado dentro de un bloque
de hielo”
En el albergue de las
expresiones los bernales enmudecimos.
Fue un breve lapso en el que sólo el zumbido monótono de los ventiladores -ensamblado
con el cercano concierto de las olas- acompañó a nuestros pensamientos.
Aquella noche,
habíamos escuchado por primera vez el monólogo interior del Poema Uno de
Francisco Hernández y, sin sospecharlo siquiera, nos quedamos encerrados en una
pesadilla de tres metros por dos, llamada Soledad al Cubo. A partir de entonces
los bernales acudimos a la cita con
toda puntualidad. Entrábamos voluntariamente en aquel cuarto de mínimas
dimensiones, descorríamos las cortinas de la soledad para escuchar las elucubraciones
de un papagayo –color ceniza-, que imita cantos de otras especies, de un hombre
tullido del alma y cuerpo que respira escribiendo para no desaparecer.
Compartimos las imágenes alucinantes de las visitas de la Señora Cráneo; la de
un gato pelirrojo que de un salivazo se transforma en sapo; la de cucarachas
con antenas blancas y siete centímetros de largo que te miran fijamente a los
ojos; la de miles de moscas –las inevitables golosas- que instrumentan con sus
alas un ruido similar a las carcajadas de Belcebú o la de escenarios oscuros,
intentando evitar una peregrinación de escarabajos para poder escribir sobre hormigas
de cuerpo lanceolado.
Las reacciones fueron
diversas. Unos se resignaron a sufrir la experiencia, algunos se resistieron
pero otros la gozaron. Pilar, por ejemplo, a veces se tornaba compasiva y
aseguraba comprender –con conocimiento de causa- el estado anímico del poeta.
Ana María en cambio, se concentraba en analizar al detalle, las frases en las
que navegaban; la nostalgia, la incertidumbre y la desesperación. Lourdes,
ensalzaba los aforismos en los que encontraba riqueza espiritual, pero se
lamentaba constantemente del abuso de la procacidad. Un día no la soportó más y
abandonó el patíbulo sin contemplamientos. A Florentino, le gustaba profundizar
en los puntos más álgidos e irreverentes, haciendo comparativos y citando a
otros poetas. Óscar, Elena, Ricardo y Corsi, manifestaban abiertamente su total
desagrado en casi todas las lecturas. Óscar en particular, declaraba percibir
la falsedad en el sentir del poeta. Isabel, se mostraba dolida por la terrible
soledad de aquel hombre que le inspiraba pena y mucha tristeza. Caso aparte es
el de Francisco, quien invariablemente con su sarcasmo y simpatía, le daba el
toque de humor a las sesiones. Un día nos confesó que a él los tormentosos
poemas en cuestión, le producían felicidad. El asombro provocó risas y
singulares comentarios y hasta dio pie para una tarea: investigar la palabra
Cledalismo.
La ignorancia invitó
al silencio. Nadie, excepto el maestro conocía el término inventado por Dalí
para definir al sufridor profesional -aquel que goza sufriendo-
Nuestro compañero
Cledalista nos aclaró que la felicidad que experimentaba, era provocada por la
admiración que sentía hacia el autor, ya que él, si tenía el don de expresar lo
que padecía. No recuerdo al detalle las apreciaciones de Horacio, Erika,
Gerardo, Zandra Luz, Rita y Ana Estela, quizás optaron por escuchar y observar,
verbos, que confieso, me encantaría practicar de vez en cuando.
Casi puedo asegurar
que Pepe, nuestro coordinador y verdugo, se complacía al observarnos alucinar
con las ingeniosas metáforas de Francisco Hernández.
La que aquí escribe
se pasó sesenta y ocho semanas intentando vislumbrar, si aquella depresión que
patentizaba el poeta en su soledad, elevada al cubo, le había desquiciado por
completo, o si aquellas páginas habían sido escritas bajo los efectos de alguna
droga, para finalmente llegar a la conclusión, de que hay que seguir girando y,
bajo ninguna circunstancia detenerse en
las orillas del abismo, porque mirar al vacío, te hace irremediablemente perder
el equilibrio.
Además agrego a mi
vocabulario: pirexia, sentina, cresterías, versos yámbicos y me quedo con la
enriquecedora experiencia de explorar de nuevo y en principio, el mundo de José
Revueltas, Gustave Flaubert, Juan Ramón Jiménez, Frank Kafka, Max Brod, Zurbarán
y sobre todo con los acordes del Vals Triste de Jean Sibelius.
También me quedo por
completo con el poema diecisiete y con estos fragmentos que me atreví a
hilvanar.
-Río a carcajadas
repletas de silencio- (4) en cada intento por -sumar mi muerte a tantas que he
tenido- (11) y en –la angustia de estar siendo sin estar- (13) –extraño el
arroyo donde por las tardes llegaba a bañarse la esperanza- (22) y aunque a
veces –permanece la soledad sin cambios: tiene cara de laberinto y piel
cenicienta, de hoguera pisoteada. (22) –animado por lágrimas, sonrío- (28)
Rosa
Lotfe
Taller
Bernal Díaz del Castillo
Soledad
al Cubo /Francisco Hernández
As
de oros. Colección de poesía
Crónica, despiadada, irreverente, de la pluma de magistral de Rosa Lotfe.
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