Ese domingo Cervantes lo descubrió mientras se miraba en el
espejo: había envejecido notoriamente, encanecido de manera acelerada y perdido
una gran cantidad de cabello; su mirada se mostraba apagada, triste y apenas
podía reconocerse entre las arrugas que surcaban su rostro. Días después le asombró ver su cuerpo transformado: estaba
tan delgado que sus músculos se adherían
a los huesos. El escritor intuía lo que ocurría, aún así permanecía hasta altas
horas de la noche en una prolongada congoja, pasaba los meses encerrado en su
habitación hasta alarmar a sus cercanos. Fue un viernes, durante la tarde,
mientras conversaba en el jardín con su único amigo, que vio en la distancia enormes molinos cuyas aspas se
movían con el viento; los observó levantarse y avanzar hacia él. Lo supo con certeza: se había vuelto loco. Su
personaje se había posesionado de él, de su cuerpo y su alma, de su tiempo y
destino.
Sonrió feliz, ahora sí estaba
listo. Se acomodó frente a su escritorio, colocó cientos de hojas y mojando la
pluma en el tintero escribió: El
Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha: Capítulo primero…
Rosy Márquez Martínez
Septiembre 2013
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