De
los cerros altos del rur,,
el de Luvina es ell más alto
y el más
pedregoso
Juan
Rulfo
-Mire mi
estimado, yo creo que todavía está a tiempo de arrepentirse. A Luvina no
llegas, naces allá y pa luego te vas. Ve ese pico calizo, allá es. Pura piedra
porque sopla todo el dia un viento
caliente, como si viniera de la mismita boca del diablo, es un ventarrón sucio,
que quema la tierra y la resquebraja, a veces es tan fuerte que arranca los
tejabanes de las chozas. No crece ni un arbolito de sombra, ahí tristemente unas
yerbitas escondidas trás las piedras.
-No mi
amigo a Luvina no llegas, ¡te vas!
El joven
aludido, limpiándose con el pañuelo el sudor negroso que le escurría por la
frente, miró desolado al viejo que así le hablaba y que sólo detuvo su perorata
para tomar un largo trago de cerveza, recargado sobre la barra de la solitaria
cantinucha; se limpió la boca con el dorso de la mano y prosiguió inclemente:
-Piénselo bien, un año es demasiado pa
cualquier. Como le digo, el viento no para ni de dia ni de noche. Ja, le va a
curtir la piel y se va a quedar todo reseco, como la tierra.
Hizo una
pausa escarbándose el oído con su larga uña, para dar lugar al comentario del
muchacho, que guardó silencio; se quitó la cerilla en la franela con que
sacudía la barra y prosiguió:
-Ustedes
los de la suidá no están acostumbrados a las penas. Allá no hay agua pa
lavarse, y el calor aprieta en mayo, aún así, se tiene que dormir con las botas puestas, porque los murciélagos
te chupan la sangre hasta por las patas. Ja, y ese vientecito es cabrón, se
cuela por el culo o por la nariz al cerebro y te araña en los sentidos, como
cuando se te mete una cucaracha al oído.
-¿Te
acuerdas Chencha que a mi compadre Jacinto se le metió una vez una y se volvió
loco del puritito ruido?
El
muchacho secándose el sudor miró directamente a los ojos del hombre y dijo lleno
de orgullo:
-Yo
estudié medicina para ayudar a la gente y mi deber es realizar mi servicio
social. ¡Quiero curarlos, que aprendan a comer bien, saludable, a que las
mujeres no se mueran de parto y convencerlas para que no tengan tantos hijos!
-¿Ja y
que van a comer? Allá -dijo señalando el pico blanco a lo lejos-, sólo
mezquites y ratas de campo.
-Cuando
regrese a su casa güerito, tan curtido del sol y del aire no lo va reconocer ni
su madre que lo parió, de renegrido y flaco va a creer que le pegó la tisis.
-Eso si
no lo mata antes un cabrón. Pos sólo a usté
se le ocurre que una mujer decente lo va a dejar curarle el parto. Los
nacimientos los atiende la partera, si es niño le embarran el ombligo con la
tierra blanca, pa que crezca juerte y regrese siempre cuando se vaya a trabajar
pal otro lado.
-Ja,
pero si es niña, pos que diosito y la virgen la cuiden, si los encuentran,
porque la iglesia desde endenantes que se le cayó el techo no tiene cura. Ya ve
usté, ni eso tiene “cura” -dijo el
hombre riendo dejando ver sus dientes separados y muy amarillos.
-Hágame
caso, yo lo veo muy pollito, y pos con todo respeto creo que lo agarraron de
pendejo.
Se
escuchó a lo lejos el run run de un motor, el camión embarrado de lodo seco se
acercaba, luciendo en el parabrisas un letrero despintado que decía LUVINA
El joven
sacudió el polvo de su blanco pantalón y sacó unas monedas que puso en la barra de madera, -quédese con el cambio. Tomó
su maleta, hizo la parada y abordó el estribo.
Desde ahí con una sonrisa hizo al viejo cantinero un saludo militar.
Marissa
Hess
Marzo de
2015
Juan Rulfo y su Luvina nos atrapa irremediablemente. Gracias Marissa por tu aportación.
ResponderEliminar