viernes, 2 de octubre de 2015

SI VOY





De los  cerros  altos del rur,,
el  de Luvina es ell más alto
                                                                                 y el  más  pedregoso

                                                                Juan  Rulfo

-Mire mi estimado, yo creo que todavía está a tiempo de arrepentirse. A Luvina no llegas, naces allá y pa luego te vas. Ve ese pico calizo, allá es. Pura piedra porque sopla todo el dia  un viento caliente, como si viniera de la mismita boca del diablo, es un ventarrón sucio, que quema la tierra y la resquebraja, a veces es tan fuerte que arranca los tejabanes de las chozas. No crece ni un arbolito de sombra, ahí tristemente unas yerbitas escondidas trás las piedras.
-No mi amigo a Luvina no llegas, ¡te vas!
El joven aludido, limpiándose con el pañuelo el sudor negroso que le escurría por la frente, miró desolado al viejo que así le hablaba y que sólo detuvo su perorata para tomar un largo trago de cerveza, recargado sobre la barra de la solitaria cantinucha; se limpió la boca con el dorso de la mano y prosiguió inclemente:
 -Piénselo bien, un año es demasiado pa cualquier. Como le digo, el viento no para ni de dia ni de noche. Ja, le va a curtir la piel y se va a quedar todo reseco, como la tierra.
Hizo una pausa escarbándose el oído con su larga uña, para dar lugar al comentario del muchacho, que guardó silencio; se quitó la cerilla en la franela con que sacudía la barra y  prosiguió:
-Ustedes los de la suidá no están acostumbrados a las penas. Allá no hay agua pa lavarse, y el calor aprieta en mayo, aún así, se tiene que dormir  con las botas puestas, porque los murciélagos te chupan la sangre hasta por las patas. Ja, y ese vientecito es cabrón, se cuela por el culo o por la nariz al cerebro y te araña en los sentidos, como cuando se te mete una cucaracha al oído.
-¿Te acuerdas Chencha que a mi compadre Jacinto se le metió una vez una y se volvió loco del puritito ruido?
El muchacho secándose el sudor miró directamente a los ojos del hombre y dijo lleno de orgullo:
-Yo estudié medicina para ayudar a la gente y mi deber es realizar mi servicio social. ¡Quiero curarlos, que aprendan a comer bien, saludable, a que las mujeres no se mueran de parto y convencerlas para que no tengan tantos hijos!
-¿Ja y que van a comer? Allá -dijo señalando el pico blanco a lo lejos-, sólo mezquites y ratas de campo.
-Cuando regrese a su casa güerito, tan curtido del sol y del aire no lo va reconocer ni su madre que lo parió, de renegrido y flaco va a creer que le pegó la tisis.
-Eso si no lo mata  antes un cabrón. Pos sólo a usté se le ocurre que una mujer decente lo va a dejar curarle el parto. Los nacimientos los atiende la partera, si es niño le embarran el ombligo con la tierra blanca, pa que crezca juerte y regrese siempre cuando se vaya a trabajar pal otro lado. 
-Ja, pero si es niña, pos que diosito y la virgen la cuiden, si los encuentran, porque la iglesia desde endenantes que se le cayó el techo no tiene cura. Ya ve usté, ni eso tiene “cura” -dijo el hombre riendo dejando ver sus dientes separados y muy amarillos.
-Hágame caso, yo lo veo muy pollito, y pos con todo respeto creo que lo agarraron de pendejo.
Se escuchó a lo lejos el run run de un motor, el camión embarrado de lodo seco se acercaba, luciendo en el parabrisas un letrero despintado que decía LUVINA
El joven sacudió el polvo de su blanco pantalón y sacó unas monedas que puso en  la barra de madera, -quédese con el cambio. Tomó su maleta, hizo la parada y abordó el estribo.  Desde ahí con una sonrisa hizo al viejo cantinero un saludo militar.


Marissa Hess
Marzo de 2015

1 comentario:

  1. Juan Rulfo y su Luvina nos atrapa irremediablemente. Gracias Marissa por tu aportación.

    ResponderEliminar