LA BELLA KENA
— ¿Me seguirás cuidando mamá?
—Claro, hasta que aprendas a hacerlo por
ti mismo. Pero recuerda: siempre seré tu mamá.
La
autora
En tiempos pasados tuvimos en casa una gatita
siamesa llamada Kena, era bella e inteligente. Le gustaba acompañarme cuando
salía de casa hasta media cuadra, ahí se detenía para ver cómo me alejaba.
Cuando le tocaba revisión médica, a la veterinaria le agradaba atenderla por lo
dócil que era.
Un gato
de la misma raza fue el novio y lógico, nacieron tres hermosos críos; dos
fueron regalados y no aguantamos la tentación de quedarnos con el tercero, Bécquer,
que aparte de haber heredado el porte de sus padres, era muy gracioso.
Una tarde-noche Kena empezó
a maullar a los pies de mi mamá.
— ¿Qué te pasa, qué
quieres?- Por respuesta se nos quedó mirando con
tristeza.
—Algo le pasa a Kena, parece alterada,
comentó.
— ¿Dónde está tu hijo?
— Kena, la vio a los ojos
y soltó otro maullido.
Acto seguido decidimos
buscar a Bécquer. En la casa no estaba;
salimos a la calle y no lo encontramos, nos preocupaba la desaparición y sobre
todo lo nerviosa que se veía la gata al no sentir con ella a su crío;
encabezaban al grupo mi mamá y Kena, fuimos al patio trasero utilizando
lámparas para seguir la búsqueda. La
noche era tranquila, fresca, una suave brisa del norte nos acompañaba.
Estábamos donde la barda derecha había
quedado baja y al otro lado estaba enmontado. De pronto la gata de un salto
subió y se perdió en la obscuridad; en ese momento todo estaba quieto, no se
escuchaba ningún ruido; nos quedamos a la expectativa; a los pocos minutos
regresó feliz, traía entre sus dientes, como trofeo, a su gatito, de la manera que
sólo ellas saben hacerlo.
Esa noche, estábamos
contentos al tener entre nosotros a Bécquer y admirados por la reacción de Kena,
que supo comunicar su sentir.
Yolanda Placeres Heredia
Octubre de 2016
Muy bien. Felicidades
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