Hombre fuerte,
árbol de raíces profundas.
Hermoso como Dios mitológico
siempre con la Biblia abierta;
bendecido por el Creador.
Mientras crecía te veía peinarte,
usaba el perfume que te aplicabas,
me decían que olía a varón;
pero era el aroma de mi padre.
El hombre que me engendró,
el hombre que amo aún.
Por ti aprendí a comer cebollas como manzanas,
cuando me hablabas fuerte me enojaba
y me escondía entre las ramas de los árboles.
Ahora entiendo el sentido de tus palabras
tenía que aprender el ritmo de la vida diaria.
Cuando pasó el tiempo, noté en el espejo que había
crecido,
también observé tus cambios y es que el color de tus cabellos te delataban.
Reías con inocencia,
te gustaba ver la televisión: el futbol, los
dibujos animados,
pedías dulces y te dormías enseguida.
Regresaste a tu mundo de niño,
recuerdo tu última noche, era viernes.
Te di en gotero un poco de agua fresca,
te quedaste dormido en silencio,
tu espíritu se había marchado,
te habías cansado de la lucha terrenal.
Tu cuerpo al final era un estorbo para ir con Dios,
ya no sentiste dolor, al fin conseguiste partir.
Te vestí de blanco con pantalón y guayabera
que alisé con incontenibles lágrimas
y te apliqué tu perfume favorito.
Esa fue la última vez que te vi…
Por siempre serás mi padre.
María del Carmen Ramírez Gómez
25 de mayo del 2006
El amor paterno hecho poesía. Te felicito Carmen.
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