miércoles, 8 de octubre de 2014

CARTA DE AGUSTÍN DE ITURBIDE A LA PATRIA, by Marissa Hess



Yo, Agustín Cosme Damián de Iturbide y Arámburu, me acojo a vuestra amistad y descargo mi alma atormentada.

Entendí  y compartí el desprecio con el que los gachupines nos obsequiaban a los hijos del mestizaje, vuestros verdaderos dueños. Os amé más cuanto más os esclavizaban. Cabalgué por los caminos de la vida entre mi pasión y mi ambición; por la una apoyé el movimiento de Gabriel de Yermo, y por la otra reprimí la conjura de Valladolid y serví a los realistas.

¿Qué me opuse a Miguel Hidalgo por envidia? ¿Qué gobernado por mi ansia de reconocimiento rechacé el cargo de teniente coronel? Para vos sólo la verdad ¿Cómo inclinarme ante un hombre que por ceguera no cedió el mando a Ignacio Allende, a cuyas órdenes, hubiera dedicado mi espada y mi valor? Sofismas o ingenuidad, los movimientos del cura Hidalgo presagiaban el desastre del Monte de las Cruces, donde serví bajo las órdenes de mi joven amigo el teniente coronel Torcuato Trujillo, quien amablemente aceptó mis consejos, que valieron que el señor virrey Venegas me nombrara capitán de la compañía de Huichapan del batallón de Toluca.

La miel del triunfo es tan dulce como amargos los desaires que me ofrecieron los insurgentes y me lanzaron a los brazos realistas. Prosigo mi querida, mis espléndidas victorias me valieron a los 30 años de edad las insignias de coronel y comandante general de la provincia de Guanajuato. El ascenso al pináculo militar lo vislumbra libre. Como jefe militar de Guanajuato organicé la vida comercial, intención mal entendida por el obispo Antonio Labarrieta, quién me levantó infamias al acusarme de monopolizar el comercio y que fingiendo expediciones del Real Servicio, acaparé la venta de lana y azúcar para mi enriquecimiento personal. Vergonzosamente fui destituido por malversación de fondos y abuso de autoridad. Sonrió ante el recuerdo. Ellos si se enriquecieron a costa del hambre de la plebe. Forzado por las circunstancias me fui a la ciudad de México, En este gentil paréntesis se me inoculó el germen de tu libertad, crecía en mi interior la idea de una nación unida en un solo ideal.

El 13 de noviembre de 1820 el virrey Juan Ruiz de Apodaca escuchó mis ruegos y me designó comandante General del Sur, me concedió el grado de brigadier y partí a combatir a Vicente Guerrero, entonces me entere que se invitaría a un príncipe Borbón para reinar en el país independiente. El tierno amor por vos se inflamó en mis venas, Pobre Patria ¿un extraño mancillándote?  Antes convencería a Vicente Guerrero de unirse a un nuevo plan que conciliara tanto los intereses y posiciones de los insurgentes como de nos. Guerrero y Ascencio infringían al ejército realista derrota tras derrota, decidí pactar, no por cálculos mezquinos, era el momento oportuno para unir las fuerzas de los patriotas en un bien común: tu independencia. El 10 de enero le escribí una sentida misiva, invitándole a unirnos en aras de vuestra causa.

Guerrero, conmovido por mi sinceridad, ofreció militar bajo mis órdenes

El 4 de febrero de 1821, en Acatempan sellamos la paz con un abrazo que unió a los dos ejércitos en la defensa de la religión, la unión y un país independiente: el orgulloso Ejercito Trigarante, que bajo mi mando dio lugar el 24 de agosto de 1821 al Imperio Mexicano, firmando el más humilde de vuestros lacayos y Don Juan O´Donojú, a la sazón el último virrey de España

En septiembre, el día de mi cumpleaños número 38, cabalgando al lomo de un hermoso corcel negro y seguido de mi estado mayor, bajo un arco triunfal recibí el agradecimiento de mis nuevos mexicanos, a los que arengué

«Mexicanos: Ya estáis en el caso de saludar a la patria independiente como os anuncié en Iguala; ya recorrí el inmenso espació que hay desde la esclavitud a la libertad, yo os exhortó a que olvidéis las palabras alarmantes y de exterminio, y sólo pronunciéis unión y amistad íntima...».

Que pesada soledad la del triunfo. Mi suave patria os encontrabais bajo un yugo aun más tirano: las fuerzas del poder, rencillas entre los que aspiraban a un gobierno republicano y aquellos que comprendían que vos erais muy joven para el autogobierno. El pueblo habló, gritó.  Permitidme regodearme en el recuerdo de aquel 18 de mayo de 1824, la oscura y silenciosa noche irrumpida por el repique general de campanas, las salvas de artillería y los gritos que q mis oídos eran dulce canción “Viva el Libertador” «¡Viva Agustín de Iturbide!». Ese día memorable, a las diez de la noche, el pueblo me proclamó emperador. Mi modestia me dictaba no ceder a los votos populares, solicitando consideraran a personajes más aptos El congreso protestó: "Se considerará vuestro no consentimiento como un insulto, y el pueblo no conoce límites cuando está irritado. Debéis hacer este nuevo sacrificio al bien público; la patria está en peligro. Así comprendiendo que yo era el único con las prendas necesarias para dirigir tus primero pasos como nación independiente, fui coronado Agustín I, emperador de México

La víbora de la traición siempre estaba al acecho y aun en contra de los deseos expresados sinceramente por el pueblo, los republicanos no cejaban en sus inescrupulosas intenciones. Mi muy amada, vos sabéis de las veleidades del ser humano. De Antonio López de Santa Anna, aquel que engrandecí, que no reparaba en llamarme el «amadísimo general», «dignísimo y particularmente amado emperador» vino el golpe brutal que me derribó sin darme tiempo de defenderme,  Mi presencia en el país era un pretexto para desavenencias. Mi memoria sería repudiada y odiada por esto, anteponiendo siempre vuestro bien me expatrié gustoso y me dirigí a una nación extraña.

Mi destino se había sellado, yo sólo soy por vos y regresé a morir. Frente al paredón, con los ojos abiertos, la mano sobre el corazón os declaro que sí, Miguel Hidalgo y Costilla es vuestro padre y Yo soy vuestra madre yo te parí, muero gustoso, porque muero entre vosotros: muero con honor, no como traidor: no quedará a mis hijos y su posteridad esta mancha: no soy traidor, no

Tu amoroso

Agustín I Emperador de México

Por:  

Marissa Hess
 
Septiembre de 2013

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