Para mi sobrino
Eduardo,
a quien la ilusión le
brilla en los ojos.
Mi madre solía ponernos un Nacimiento al pie del Árbol de Navidad, lo hizo todos los años mientras fuimos niñas mi hermana mayor y yo, lo hizo con gran pasión para hacernos felices en esa edad, donde todo tiene un brillo prodigioso. Luego de muchos años de apatía he vuelto al entrañable deseo del Árbol y el tradicional Nacimiento del niño Dios; me dispuse a desarrollar lo que mis recuerdos de infancia me dictaban. Entonces me fui a buscar la fauna, la flora y todo aquello propio de una aldea navideña.
Al caminar por el perímetro de los mercados locales, fui
encontrando pequeñas figuras que
reconocí al instante y, de forma ilusoria la presencia de mi madre y de mi
hermana saltó de inmediato en una sensación quimérica, fue como ir de compras en
su compañía. Emocionada, compré todo cuanto quise para recrear las escenas
cotidianas del pueblo hebreo que habita en mi mente, luego dediqué varias horas
al diseño; un paisaje legendario que me llena de sentimientos maravillosos, una
pequeña ciudad de Israel donde años antes nació el Rey David.
Como el deseo de mamá era complacernos recuerdo que ella buscaba
lo que mi hermana y yo pedíamos, pero terminaba comprando lo que en realidad
podía pagar; esas piezas que eran las más baratas, las más sencillas y las más
hermosas. Este Nacimiento tiene piezas muy parecidas.
La choza de mi pesebre fue lo más costoso, ochenta pesos incluyendo un poco de aserrín en color naranja para definir los caminos que recrean todas las veredas de los aldeanos. Veinticinco pesos unos pastores de sonrisas afables, en tamaños desproporcionados con el resto del escenario; éstos debieron ser lo que recibieron la noticia celestial que trajo el ángel. Por precios muy bajos conseguí casitas de cartón, puentes de plástico y de madera rústica. Unos lindos pozos de barro, unos animalitos curiosos aunque algunos muy burdos en su textura; pero su sencillez me gusta por el estilo humilde del paisaje y porque así eran los que mamá compraba.
La choza de mi pesebre fue lo más costoso, ochenta pesos incluyendo un poco de aserrín en color naranja para definir los caminos que recrean todas las veredas de los aldeanos. Veinticinco pesos unos pastores de sonrisas afables, en tamaños desproporcionados con el resto del escenario; éstos debieron ser lo que recibieron la noticia celestial que trajo el ángel. Por precios muy bajos conseguí casitas de cartón, puentes de plástico y de madera rústica. Unos lindos pozos de barro, unos animalitos curiosos aunque algunos muy burdos en su textura; pero su sencillez me gusta por el estilo humilde del paisaje y porque así eran los que mamá compraba.
Todo el pueblo está formado por una base de paxtle iluminado
por varias series de inquietas lucecitas, musgo sobre la superficie para
fortalecer su apariencia natural y el propio terreno; encima están todas las
piezas que elegí en los puestos de los mercados.
He acomodado unas vacas en grupo y otras dispersas, cercanas a los caballos que conviven divertidos con los burros de caminar lento, a los patos que rodean los ríos y que dan vida al paisaje acuático. Un par de ranas que deben ser hermanas gemelas, unos guajolotes en color negro y uno más que parece albino. Me encanta el ganso que tiene posición de vuelo, sus alas extendidas dan sensación de libertad. Acomodé unas piedras rojizas que son parte de los maceteros de mi casa, le van muy bien como representando un paisaje rocoso que muestra una orografía distinta, sugiriendo cierta semejanza con la naturaleza de los montes de Judea. Los ríos que dan prosperidad a la comunidad los hice con papel aluminio, dispuesto de tal manera que se aprecia que a su alrededor la vida es abundante. Hay unos carneros robustos con manchas extrañas, se ubican en las partes más elevadas del terreno y por ahí anda comiendo hierbas una jirafa solitaria. Los primos conejos están pendientes de todo aquel que intente cruzar el puente durante las mañanas más soleadas y un pez multicolor avienta burbujas al hipocampo que de vez en cuando baja por el cauce para gozar del clima influenciado por la brisa del mar Mediterráneo. Mientras tanto las gallinas y los gallos presumidos se pasean por los patios del único cerdo que habita en este barrio de la ciudad vieja. En las parcelas de este paisaje apacible, que evoca al pueblo de Belén, puede disfrutarse la blancura del rebaño que resalta en un territorio bendecido.
Este Nacimiento no tiene invertido dinero sino el espíritu de
una niña, un alma de sueños profundos. Nada aquí es sofisticado ni muy
laborioso y mucho menos lujoso. Esta es la aldea de gente noble y trabajadora
que vive en la sencillez que la naturaleza les brinda, en la esperanza de un
futuro sano, provechoso y feliz. Este paisaje alude a la ilusión que hemos
tenido alguna vez en nuestras vidas, seguramente en la etapa de la infancia. Alude
al corazón noble de Artabán y su vida dedicada a servir, el cuarto rey mago siguiendo
un mapa celestial.
Las luces parpadean incansables y una familia acompañada de un
ángel de alas prominentes, animales bovinos y una tercia de Reyes Magos venidos
desde oriente, aguardan felices por el Rey de Reyes.
En este pesebre se espera a un Niño divino que nacerá en cada
criatura que vive en condición de calle y de abandono. Este pesebre cobija a
los niños que en los cruceros de las avenidas ven pasar sus años y sus
pensamientos más tristes; ellos renacerán y sus cuerpos frágiles y cansados
serán cubiertos por el resplandor del amor. Un niño envuelto en pañales nacerá
en cada uno y se iluminarán las escasas ilusiones de alimento y abrigo
haciéndolas florecer con la música gloriosa de la Nochebuena. En esta aldea de
gente de buena voluntad se espera que nazca la inocencia que dibuja la sonrisa
genuina de los pequeños que sufren sin amor y sin una familia que les proteja; la
inocencia que se extravió de los ojos a los que pertenece. Este nacimiento es
la renovación de espíritus cansados de pobreza, enfermedad e incertidumbre.
Nacerá el Redentor en cada niño de todos los sitios donde se
sufre y un ministerio de adoración se postrará en las guaridas donde hacinados pasan
temblorosos las desoladas noches frías. El Mesías estará vivo en cada espacio
de encierro y de tortura cambiando todas sus lágrimas amargas por oro, incienso
y mirra. Y el Niño que nace en cada niño pobre, se manifestará como la estrella
fulgurante que ilumina a una humanidad envilecida.
“Tuve hambre y me
diste de comer, tuve sed y me diste de beber, estuve desnudo y me vestiste,
estuve enfermo y me curaste, me hicieron prisionero y tú me liberaste”
Carolina Guzmán
Diciembre de 2014
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