sábado, 28 de noviembre de 2015

LOS ALTOS




En recuerdo a Luvina de Juan Rulfo.

Te platico que después de subir y bajar muchas lomas, allá, atrás de las montañas, entre cañadas, a varios kilómetros de San Cristóbal, llegué a un pueblo desolado. Iba en busca de las bordadoras de ropa con diseños ancestrales. Bajé la última loma y entre terrones sobre la cuesta, encontré las casas cerradas totalmente abandonadas.  

Continué hacia la iglesia y sentí el golpe del aire frío y seco en mi rostro, como mil agujas clavadas en él. La encontré completamente sola, con cuatro cirios encendidos. Reanudé mi búsqueda y noté que la tierra era tan seca que a cada paso que daba se levantaba el polvo, asemejando una nube a ras del piso. Levanté la mirada y a lo lejos vi la cordillera que rodea al pueblo ausente de vegetación, dicen que en ella algún día existieron árboles milenarios.

El viento arrastraba las nubes que se fueron para no regresar, llevando con ellas los sueños de quienes habitaban ahí. El frío correteado por el aire sin árboles que lo detuvieran, calaba hasta el tuétano, que solamente con posh me logré quitar, el cual fue difícil conseguir, por la escases del maíz.

Frente al Palacio Municipal encontré a algunos hombres, esperando los acuerdos que el Cabildo realizaba por el futuro de los alteños. Le hacían rueda a una mujer con chapas y labios pintados que bailaba para ellos, supongo que mientras terminaba la reunión.

La mayor parte del pueblo en aquellos días se había marchado. Quedaron los viejos y a quienes sus ancestros detenían, esperando la muerte como único objetivo en la vida. Los que se fueron, huyeron de la tierra seca porque no era posible sembrar; si a duras penas podían sobrevivir.

Seguí caminando y escuché el silencio rasgado por las cortinas de tierra, vi cómo se arremolinaba en las calles sin almas, buscando vida. Nadie se asomó por temor de ahogarse entre el polvo y la desolación, o tal vez por la embriaguez.

No hubo ayuda para evitar el hambre que arrancó la esperanza de vivir ahí. Paradójicamente las tierras que les dieron y fueron taladas, las negaron para sembrar; aun en esa región de las montañas sólo existe desolación.

Hoy, los habitantes de Los Altos son fáciles de localizar, se encuentran en las grandes ciudades, ofreciendo ropa bordada con nuevos diseños, porque los originales se los quitaron también.
                                                                                                                                               
Mary Carmen Balcázar Márquez

Marzo de 2015

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