Cuando leí los relatos
de mis compañeros del taller literario: ¿de quién era Luvina para ellos?, me surgió
la curiosidad de hacer mi propio viaje a ese pueblo para vivir la experiencia.
Así que tomando la
mochila y poniéndomela en el hombro, caminé hacia ella.
No encontré, un lugar
triste, tampoco una mujer vieja y llena de resquebrajaduras, ni la desolación
de los muertos al cobijo de las noches, que la luna se niega a iluminar.
Descubrí que mi Luvina,
es un lugar mágico, porque a pesar de estar plagado de esa piedra gris con que
hacen la cal, miré un caserío extraordinario que tiene su belleza propia. En
verdad se mira ese lomerío pelón debajo de un cielo azul, como nos narra Juan Rulfo,
sin un árbol, sin una cosa verde para
descansar los ojos.
Luvina tiene esperanza,
porque este pueblo mágico lo compone el sentir callado de su gente, la ilusión
de un sueño, lo maravilloso de la naturaleza, esos contrastes de atardeceres
que dicen lo que los habitantes sienten. Eso encontré, así que volví a poner la mochila
al hombro y regresé con fe y alegría. Me dio júbilo que la Luvina que yo miré, no
era la misma que mis compañeros y Juan Rulfo habían observado, para mí, era la
certeza de que todo sueño si se elige, es una realidad.
Gloria Gallegos Ruiz
Septiembre de 2015
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