martes, 10 de enero de 2017


BIENVENIDA CANINA

Desde la azotea fría, aullando por las noches “El Capitán” mantenía tranquilos a todos los vecinos de la cuadra, principalmente a don Pepe, que era su dueño.

Cuando el animal escuchaba el cerrojo y los lentos pasos del anciano, inmediatamente bajaba para acompañarlo en su caminata matutina. Entre el sol y la luna los inseparables amigos trotaban en silencio, el viejo se erguía y “El Capitán” con sumisa obediencia olfateaba sus huellas.

En ausencia del anciano, alguien dejó la puerta abierta y “El Capitán” sabe Dios si se perdió, lo robaron, lo atropellaron o fue a dar a la perrera municipal; pero no regresó… ¡Bueno, eso lo sabía don Pepe! porque los vecinos se alegraron cuando lo volvieron a ver y el viejo se encargó de festejar al supuesto perro pródigo.  Un barril de cerveza y el taquero de la esquina fueron los elementos estratégicos para la bienvenida canina.  Al principio los eufóricos vecinos se preguntaban qué habría pasado, porque vieron muy cambiado al animal, ya no reaccionaba cuando lo llamaban por su nombre, eligió otro lugar para descansar, ladraba diferente y cojeaba de una pata; pero poco a poco, a medida que escaseaba la cerveza todos coincidieron en que era igualito y que indudablemente “El Capitán” había regresado.

Cuando se fue el último de los amigos, don Pepe prefirió aparentar que estaba perdiendo la memoria, antes que aceptar públicamente la ligera sospecha de que su mascota no era la misma y para evitar que la duda se propagara, no permitió que el chucho siguiera durmiendo en la azotea. En contra de la voluntad de su esposa, aventó trapos en un rincón e instaló a su perro en la recámara nupcial; ignorando por supuesto, los reproches de la ofendida mujer que reclamaba su privacidad. El hombre se dispuso a dormir consciente que terminaría sus días soportando esa verborrea interminable, pero orgulloso de proteger con decoro la identidad del “Capitán II”.

Lourdes Marín Ramírez

Septiembre 15 de 2016 

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