Después de la muerte de
mi mamá, al vaciar los cajones de su tocador, encontré la cajita que en la tapa
luce una pintura de “la catrina” con vestido de flores rojas y sombrero de tipo
francés.
Cuando se la trajeron
como regalo de Michoacán, yo apenas era una niña, y cuando la vi me impresionó
tanto que mi corazón latió de más. Aún vestida era la calaca. A mi mamá, le
gustó mucho, la acariciaba con las manos y la mirada, era justo lo que deseaba,
el tipo de madera y el tamaño; además estaba forrada y siempre comentaba que el
cuadro de la tapa era obra de Diego.
Algún tiempo la usó como
alhajero, luego la guardó como un bello presente, es una artesanía exquisita.
Hoy al tenerla entre mis
manos, rememoré la primera vez que la vi. Ya no me inspira miedo, la conservaré
para evocar la dulce mirada de mi mamá cada vez que la abría.
Yolanda Placeres Heredia
Junio de 2017
verdaderamente un dulce recuerdo
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