06 de
octubre del 2006. 02:00 a.m.
Salir a la calle y
tomar un taxi con hija en brazos, era un ritual obsesivo que Armida repetía sin
dudar. Hacía un mes que sus sospechas
sobre la infidelidad de Donato se habían
confirmado: su pareja no ocultaba la febril emoción de un nuevo romance. En el
taxi contemplaba a su pequeña de un año: tan rubia como el padre. Y volvía a repasar
la última discusión con el italiano: − ¡La maternidad te ha vuelto ordinaria,
común!- había reprochado él.
−Ahora resulta que por
no coger cinco veces al día, soy ordinaria. ¡Tenemos a Julia!, ¿sabes? – se
defendió exasperada.
− ¡No uses a mi pequeña
de pretexto! Eres una mujer hostil desde hace tiempo.
Armida recordaba que
poco antes de quedar embarazada, le había reprochado a Donato la ausencia de
ternura en sus abrazos. Cualquier contacto físico en el transcurso del día,
derivaba en un torrente inagotable de pasión donde él la arremetía con desenfrenado
ímpetu sexual, la envolvía y la transformaba en toda una calípige, pese a la
figura delgada y carente de formas pronunciadas.
08 de julio del 2002. 11:30 p.m.
Las vacaciones en
Huatulco habían resultado irrelevantes hasta esa noche veraniega del año dos
mil dos. Apenas entrar al bar Armida fijó su atención en el extranjero que
cantaba éxitos ochenteros en inglés a través del micrófono: alto, rubio de
brazos tan poderosos como su voz. Ella tuvo a su favor, amén del maquillaje
impecable, el color aceituna de la piel,
unos ojos grandes, una nariz altiva y unos labios abultados, perfectamente
delineados.
09 de julio del 2002. 10:00 a.m.
Cuando amaneció, Armida
se preguntaba cómo había resistido esa lujuria casi animal. Se disponía a levantarse
plena y henchida de placer, cuando una voz femenina la sorprendió: ─Te presto
este blusón, tu ropa huele a sexo-dijo la mujer al tiempo que le arrojaba la
prenda color malva. Desencanto y Amargura enmarcaban ese rostro de facciones
juveniles y suaves. Armida entendió que
de súbito, se había transformado en una intrusa, en una ruptura. Donato apareció vigoroso y radiante en la puerta, le estiró un brazo para
ayudarla a incorporarse y le dijo:
─Vámonos. Fue entonces
que ella reparó en la pequeña caja de cartón que reposaba junto a él. ─¿Tu
equipaje? Le preguntó curiosa.
─ La vida me cabe en
una caja de cartón, bellísima. Eso la impresionó: ¡Claro que iría con un hombre
al que la vida le cabía en una caja de cartón! ¡Al fin del mundo, si fuera
preciso!
06 de octubre del 2006. 03:00 hrs.
Después del tercer bar
visitado, soltó el llanto impúdicamente. Donato no estaría en ningún bar de esa
pequeña ciudad turística. Las sacudidas lacrimógenas despertaron a su pequeña
quien sorpresivamente no se asustó ni le preguntó nada, sólo le secó con sus
manitas las lágrimas mientras la miraba con el mismo color de ojos que su padre.
De regreso a su departamento, ya no se sentó a escribir en su agenda su recorrido por bares. Ya no anotaría la hora de llegada de su amado.
Empacó.
Final.
Donato le dijo a Julia
que siempre sería la hijita de su corazón, su tesoro más preciado y le besó las
manitas. Cuando la madre vio al padre
alejarse, le sorprendió que la vida le
siguiera cabiendo en una caja de cartón.
Dora Berenice Paredes Acosta.
2018
Bitácora contundente de amor y desamor. Armida como moderna Penélope desteje su tela y su vida. Muchas gracias Dora por compartirnos tu texto.
ResponderEliminar