lunes, 2 de diciembre de 2019

MARTHA Y EL VERDE DE SUS OJOS






Permaneció frente al espejo más de lo habitual. Se sentía nerviosa y no sabía por qué. Cuando sus hijas le llamaron para apurarla a salir, se vio por última vez y el espejo le confirmó que estaba pulcra y a tono para ese paseo.

Marthita con casi ochenta años nunca había estado en un lugar como ese, tan bullicioso, tan oscuro, tan pequeño, tan cerrado. Su hija Elda le dijo que ahora les llaman “antros”. Sus hijas habían preparado ese viaje a Querétaro con mucho entusiasmo para que olvidara por completo la tristeza que la había invadido desde hacía varios meses y la tenía en total depresión.

Desde que le dijeron de esa salida aceptó de mil amores. No entendió qué era música de trova, pero no importaba, solo dijo que sí. Cecilia, la menor, había contado varias veces lo fascinante de esos lugares de diversión y en especial el consumo de mopets con tequila don Julio que a ella tanto le gustaban. El espectáculo del cantante tan mencionado dio inicio y de inmediato identificó varias de las melodías que se sabía al pie de la letra; eran de su época.  El trovador se acercó a las mesas y en cuanto la vio concentró su atención en ella, primero porque era la única de esa edad que llegaba a su show, segundo porque cantaba con sobrada ternura, y obviamente la compañía de cinco mujeres bellísimas y solas. El cantante se sentó en su mesa y le cantó al oído; pudo ver el verde de sus ojos y el brillo intenso que solo el tequila fino puede dar. Fascinada y coqueta asombró a sus hijas por esa actitud desconocida hasta ahora. Ellas abrían los ojos y se tapaban la cara con ambas manos ¡Su madre era otra! Originaria de Puebla, de una familia acomodada y chapada a la antigua, era difícil imaginarla con esa nueva personalidad, muy distante de la dureza con que las educó.

Llegada la media noche, don Julio había hecho su magia. Martha y sus hijas jamás en cincuenta años habían podido dinamizar de esa manera; chicas traviesas que solo quieren divertirse. Todo había sido espontaneo y pensando en ella. De regreso al hotel cantaron casi todo el repertorio de la velada, por supuesto desafinadas. Marthita en ese inter se quitó los zapatos, se soltó el pelo encanecido que unas horas antes había acomodado con un broche español divino, y gritó a todo pulmón “Chófer apúrese. Me estoy haciendo pipí…aquí va a pasar un accidente”. Sus hijas dejaron de cantar trova y rieron hasta desmayarse, su mamá era el mejor show de esa noche. Al día siguiente, todas se metieron a una frecuencia silenciosa y cómplice; nadie se burló de la nueva Martha, por el contrario, con ello lograron conservar la sonrisa limpia y ausente, un “estar contento” que en su madre era inusual… Así que ahora Querétaro lleva el sobrenombre de “Don Julio”.



Edith González Marín
30 de enero de 2019



7 comentarios:

  1. Una historia de vida digna de contar. Felicidades.

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  2. Buena historia, esto nos lleva a darnos cuenta, que a veces vivimos en una burbuja de hábitos y al final no disfrutamos, por conservar apariencia. La salud mental es parte importante para sentirnos bien.

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  3. José González Gálvez25 de diciembre de 2019, 17:58

    Narrativa bien estructurada. Es bueno recordar que "Las apariencias engañan".

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  4. Felicidades Edith me gusto, esta historia Martha y el verde de sus ojos, esto nos demuestra que aunque pasen los años seguíamos teniendo los sentimiento s a flor de piel y que al comentó de compartir de estar en un ambiente cómodo e inusual salen a flor de piel nuevamente felicidades linda historia en la que hubo complicidad de sus hijas

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  5. Felicidades amiga, grande por fuera pero de corazón joven, me gusto la narración y hasta me transporte...hiciste volar mi imaginación

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