Usiel siempre supo
que terminaría sus días abandonado.
De
niño, solía pedirle a su abuela que le contara cómo era su madre. De ella solo
conservaba una fotografía; estaba sonriendo, agarrada de una verja como
queriendo esconder su cuerpo, en shorts y blusa estampada. Recuerda, de ese
trozo de tiempo en Coscomatepec, a la anciana preparando los frijoles mientras
él trababa los cuerpecitos rígidos y escarapelados de El Santo y Supermán en una
lucha imposible. “Era terca como tú”, decía su abuela, “terca y nomás andaba
papaloteando, como tú. Dios la tenga en su santa gloria”.
De
los años en que la naturaleza parece querer ganarle al tiempo, recuerda a Penélope
y, renuente, también recuerda aquel pañuelo de hombre olvidado bajo la cama. Con
ese nombre, la muy zorra resultó un
embuste andando. “Maldito Homero”, masculló.
Hoy,
Usiel se levantó de la cama a duras penas; a sus setenta años, la artritis sí
era fiel. De un manotazo, bajó al gato y le puso un plato de leche sobre el
suelo; ni lo olió, se dio la vuelta y saltó por la ventana. Al fondo, el Pico
de Orizaba enmarcaba, impertérrito, su abandono.
Fernando Paz Saldaña
Enero 25 de 2017
Muchas felicidades Fernando, Ya es tuya la emoción de ver tus letras impresas
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