sábado, 15 de julio de 2017

LOS ANCIANOS SABIOS

La Fundación Luz Casanova se dedica a servir fundamentalmente a dos grupos de personas que sufren en nuestra sociedad: las personas sin hogar y las mujeres y menores víctimas de la violencia de género. convocó hace ya unos meses un concurso de relatos cortos que tuviesen por tema la violencia de género.

El 1 de diciembre pasado en el centro cultural “La Casa Encendida” de Madrid se llevó a cabo la premiación. 



Diálogo sobre violencia de género participaron Mª Ángeles López, periodista y redactora jefe de la revista 21RS, Esther del Brío, profesora de Economía en la Universidad de Salamanca y autora del relato “Un beso en la frente”,  y Marissa Hess Moreno, mejicana, médico de profesión y ganadora del primer premio de I Concurso de Relato Corto sobre Violencia de Género, con su relato “Los ancianos sabios”,


Marissa Hess después de recibir el Primer Premio de Relatos Cortos elegidos de entre los más de 450 relatos presentados.  Tina Barriuso, periodista de RNE, nos deleitó con una esplendida lectura del relato ganador.

LOS ANCIANOS SABIOS

Bajó del autobús en la loma para contemplar el pueblo. Con el título de Trabajadora Social obtenido durante su reclusión, lucharía porque ninguna mujer padeciera los usos y costumbres.  

La vista de la hacienda detonó los recuerdos.

Rosenda Cheche llegó a la casa grande, se acercó al hombre que con dulces palabras la desvió de sus deberes de buena esposa y le explicó la situación. Julio Cordero sólo dijo -no es mi problema, te hubieras cuidado.

 La muchacha sintió la humillación golpearle el rostro, agachó la cabeza y dio la vuelta.  Embriagada por el licor del desprecio a si misma salió decidida a enfrentar al destino.

Al entrar al jacal encontró sentado a Juan Urbano, en el suelo de tierra, descansaba una maleta destartalada, misma que había llevado un año antes, cuando decidió probar fortuna en Estados Unidos y salió con mucho miedo, poniendo su vida en manos de los polleros, por el sueño de una vida mejor.

Juan Urbano regresó tan pobre como salió. Ansiaba volver a su casa, trabajar en la milpa, comer frijolitos con su Rosenda. Sentir por las noches el cuerpo moreno que abandonó a los dos meses de casado para “ofrecerle un futuro”, como decía Jacinto, el compadre que lo puso en contacto con los traficantes.

Al verla se levantó sonriente, extendiendo los brazos para abrazarla.

Ella de golpe le soltó: –estoy embarazada.

Juan Urbano se detuvo con los brazos abiertos, desviando la mirada al vientre de Rosenda.

Toda la furia acumulada en los meses de humillación con los gringos, el abuso de las autoridades mexicanas, el desprecio de los que le regalaban cinco pesos en la esquina de cada ciudad, encontró cauce de salida: cerrando el puño le golpeó la cara. Ella rodó al suelo.

Juan Urbano tomó su sombrero y salió a pedir justicia a los ancianos.

Rosenda se limpió la sangre con el dorso de la mano, acomodó un mechón de pelo que cayó sobre su frente y se acercó al fogón, atizando el fuego con un abanico de palma.

La campana de la iglesia sonó, convocando a la población.

Los hombres se hicieron uno con Juan Urbano, que sintió renacer su orgullo viril.

¡Que se cumpla la ley!    

Las mujeres, encabezadas por la esposa del agente municipal entraron al jacal. Sacaron Rosenda y en la placita, frente a la iglesia, hicieron un círculo e iniciaron el rito ancestral que marca a la mujer que engaña al legítimo marido.

-Eres una perdida, mujerzuela, puta, puta, puta -los insultos en castilla y en náhuatl, se acompañaban de golpes con el puño, de cachetadas, y empujones. Despeinada y sangrando por la nariz cayó al suelo, indiferente al dolor. El primitivo instinto de supervivencia la hizo protegerse el vientre con las manos.  La golpiza no disminuyó la indignación de las mujeres. Rosenda sintió escurrir algo caliente entre sus piernas.

Al fin hartas de venganza, caminaron hacia sus viviendas, un paso atrás de sus esposos.

Cuando se levantó, la sangre continuaba escurriendo por sus piernas. Entró al jacal, se lavó, se puso unos trapos de los que usaba cuando le venía el mes. Caminó hacia la pequeña clínica de salud del pueblo, que desde dos años antes no tenía médico, por el riesgo de que los grupos armados que controlaban la región lo secuestraran y lo mataran.

El gobierno solucionó la situación contratando a doña Melquiades, la partera del pueblo, que fue la única mujer que no participó en el castigo de la infiel.

Apoyó sobre el vientre una abollada cornetita, pegó la oreja y escuchó los latidos cansados; enseguida colocó sus manos sobre la panza y sintiendo la dureza de las contracciones le dijo: -a este chamaco ya no lo detiene nadie, vas a parir.

Rosenda apretó la orilla de la mesita, pujó con todas sus fuerzas y parió al hijo bastardo que no lloró ni se movió.

–No va a vivir -diagnosticó la partera.

El cielo tuvo piedad y se desmayó. Al volver en sí, doña Melquiades le dio un te amargo, -para cortar el sangrado -le dijo. Obediente se lo tomó y volvió a dormir, con el sueño profundo e inquieto de los que han sufrido mucho. Durante dos días la atendió, curando sus heridas y dándole cucharadas de caldo de gallina.

-Ya sangras poco -dijo doña Melquiades-, puedes irte. No dijo nada del niño muerto y ella nada preguntó, agradeció a la partera y salió despacio.

En la calle la esperaba el licenciado Ambrosio, agente del ministerio público. Se acercó sacudiendo un papel ante su cara: –Señora Rosenda Cheche, está usted detenida por el homicidio de su hijo.  Me tiene que acompañar.

La mujer lo siguió hasta la agencia municipal, la metieron en una celda y le leyeron la acusación.

Entendió poco de la jerga jurídica. El licenciado Ambrosio, le solicitó que firmara su declaración. Sintió lástima por la muchacha y amablemente le explicó: -la asamblea de ancianos la acusa de homicidio calificado. En la autopsia de su hijo, los pulmones se colocaron en un cubo de agua y flotaron, prueba irrefutable de que el niño nació vivo y fue muerto.

-No se firmar -argumentó la inculpada-.

Entonces ponga su huella.

Pasó tres semanas presa, no la visitó nadie, ni su madre que la maldecía por la vergüenza que hizo caer en su familia.  La muchacha se paraba todo el día junto al ventanuco con reja y miraba el cielo, buscando a Dios.

 La trasladaron a la capital, Rosenda veía sorprendida por la ventanilla de la patrulla la algarabía de la ciudad; por primera vez salía de su comunidad y por primera vez desde el día en que tentó al destino de mujer,  sonrió.

Traspasaron la reja del penal de mujeres y preguntó al policía sentado junto a ella -¿Adónde vamos? 

-Aquí te vas a quedar, te dieron veinticinco años de cárcel por el asesinato de tu hijo.

Rosenda Cheche volteó a ver el cielo por la ventanilla del automóvil. La reja se cerró tras ella.






María Isabel Hess Moreno
Coatzacoalcos, Veracruz, México 
2017

1 comentario:

  1. Nada tan gratificante como saber que tu prosa abarca otro continente. El Taller no es en vano, cumple con su cometido.

    ResponderEliminar