Esa tarde te
dormiste en mis brazos, el silencio fue instalándose poco a poco. "Poco a
poco" como decías en víspera de tu viaje. Breves sonrisas, parpadeos
suaves, tus extremidades contrayéndose y al final... ¡Tu cuello vencido!
El reloj marcaba
las cuatro. Las paredes de tu habitación sudaban miedo, las enredaderas
del jardín lucían complacidas por el
viento trasegando entre sus ramas, algunos pájaros a manera de despedida te
dedicaban su canto.
Tocar tu cuerpo
aún cálido fue una experiencia intensa. La simetría del tiempo me regalaba
minutos, pero anunciaba que pronto terminaría la oportunidad de
contemplarte. Estabas, pero ya te habías
ido. Un torbellino interno me sacudió;
sentí ansiedad, ofuscación, temor, gratitud... ¡mucha gratitud! Preferí
hablarte, decirte las cosas que omití durante tanto tiempo, pero sobre todo
agradecerte y celebrar el privilegio de haber sido tu hija.
Ha pasado un año
y sigues conmigo. Te siento en mi cuerpo transpirando recuerdos, evocando oraciones,
mirando al infinito que te convirtió en eternidad. Un año en que has trenzado
los hilos sueltos de esa madeja de amor que ahora venera tu recuerdo. La unidad
que soñaste se va cristalizando, tus bendiciones nos han ido transformando en
la familia que siempre quisiste, aún falta mucho pero cada vez nos acercamos
más a tu anhelo.
Madre, aún te
necesitamos. Necesitamos que sigas trabajando desde arriba, tú y mi padre son
los ángeles que nos hacen concebir esperanzas. Ustedes no han terminado...
Sigan "poco a poco" como
decías... Intercediendo ante Dios por esta familia donde casi se pude tocar el
amor.
LOURDES
MARIN DE MUÑOZ
23 de
junio de 2017
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarMi amiga de lujo tu prosa me conmueve. Gracias por compartir tanta belleza.
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