miércoles, 24 de enero de 2018

VISITA INESPERADA


Era una tarde de otoño, de éstas donde el sol a pocas tiñe de rojo el horizonte; tomé del librero una de mis novelas favoritas, sobre la segunda guerra mundial, y me dispuse a beber su contenido acomodándome lo mejor posible sobre una butaca en la terraza. Algunos me han preguntado por qué me gusta ése tipo de literatura, a lo que siempre he dado variadas respuestas: Me interesa saber cómo el homo sapiens ha sido capaz de desatar los demonios de la barbarie. A través de sus páginas conozco el sufrimiento de los jóvenes que participaron en ella, sobre las candentes arenas de los desiertos africanos, o sobre las heladas estepas de Rusia. Sobre sus páginas se devela la ambición de aquellos que han tratado de dominar a los demás, mandando al sacrificio a seres inocentes, algunos de los cuales ni siquiera supieron el motivo por el cuál luchaban. El susurro del viento me distrajo y comencé a observar los árboles, que balanceaban acompasadamente sus ramas de las que se desprendían algunas pálidas hojas. Observé en algunas de las ramas los pajarillos pecho amarillo que los ornitólogos bautizaron con el nombre de Pitangus sulphuratus, y que buscaban acomodarse lo mejor posible en sus refugios nocturnos.

Estaba por retomar la lectura cuando llegó ella, de improviso, inesperadamente, sin anunciarse.
¿Sabría que estaba solo y por eso decidió visitarme? Fue la cínica pregunta que pensé, pero que nunca formulé, porque me interesaba más observarla. Ahí estaba delante de mí, altiva y esquiva como siempre, tan bella como nunca. Fijé en ella mi ansiosa mirada recorriéndola palmo a palmo, tratando de adivinar lo que no veía. Su belleza siempre me ha impresionado, tanto como su mirada.
También ella clavó sus enormes ojos en mí y parecía que me auscultaba detenidamente, como tratando de adivinar qué hacía solitario en aquella terraza, con un libro sobre mi regazo.

Traté de iniciar una conversación, para preguntarle de donde venía y que distancia había recorrido para llegar conmigo, me hubiese gustado que me describiera los paisajes por donde había pasado: el camino, los bosques, las lagunas, los arroyos los ríos y todas las criaturas con las que había convivido en su recorrido. Pero sabía que ella no podía articular palabra alguna.

Entonces, mientras seguía allí orgullosa y ufana fui por mi cámara de fotografías para poder tomarle una impresión y volverla a ver tantas veces como yo quisiera. Retorné al sitio, con el miedo de que se hubiese ido tan repentinamente como había llegado. Pero no, aún me esperaba, quizás ella también anhelara tanto como yo ese momento. Abrí el obturador y apreté el botón de disparo; ella volvió la cabeza lentamente, primero hacia la izquierda, después hacia la derecha, mientras yo seguía oprimiendo el botón para tomarla en varias poses.


Todavía nos contemplamos durante unos instantes, lo digo con orgullo, ella también me miraba, mientras el sol seguía su recorrido hacia el crepúsculo. Volví una sola vez mi mirada hacia el astro rey y fue el instante que ella aprovechó para marcharse. La seguí con la mirada. Guardé mi cámara en su estuche. Antes de abrir nuevamente mi novela, sentí que era afortunado por la visita de esa bella lechuza.

Roberto Sánchez Cortés
Diciembre 17 del 2017

1 comentario:

  1. Roberto, te felicito por tu texto. Me gustó mucho. Gracias por compartir nuestro blog. Un abrazo.

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