Mi tía Rigoberta Ballesteros de
Peñalver sufría de Alzheimer desde hacía varios años.
Una tarde, cuando las hojas se doraban con el sol del verano y los
jilgueros trinaban sin cesar, se olvidó de que estaba enferma y fue feliz por
siempre.
José González Gálvez
Genial como todo lo que escribes. Recuerdo la primera vez que lo escribiste parece que fue un pie forzado. Desde entonces me pareció estupendo. Felicidades Pepe.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
EliminarUn texto, un micro cuento que es un divertimento renacentista
ResponderEliminarGracias Martín. Efectivamente Martín, este texto nació a partir de un "pie forzado" y ya ganó un tercer lugar en el certamen de cuento convocado por la Academia Literaria de la Ciudad de México.
ResponderEliminar