Se conocieron en las
clases de bordado, y a partir de ahí la amistad las enlazó.
—Me llamo Alma le dijo.
—Yo soy Yolanda, —contestó la señora que
ya tocaba los sesenta años.
Ahí, Alma pensó de inmediato que ella era amarilla, el color de la alegría, de la
esperanza, de quienes vienen a la vida para disfrutarla, dando a todos ráfagas
de aliento y mucho afecto. Parecía que fuesen amigas de siempre, bastaba
ponerse a bordar el inmenso lienzo que habían escogido, y así, bordaban durante
horas toda clase de imágenes y figuras que surgían mágicamente de las distintas
puntadas que les enseñaban. Con ese distractor de por medio, se daba ese justo
momento en que las mujeres cual hilo de medias, sueltan y comparten todooo: sus gustos, sus vidas
personales, y por supuesto, sus amores.
Para Yolanda bordar era el pretexto,
porque en el fondo le atraían enormemente las anécdotas chistosas y dramáticas
que Alma desbordaba en sus narraciones con
la chispa del que sabe contarlas, era muy descriptiva de las escenas y
los personajes, y de manera muy curiosa a cada persona le asignaba un color. Cuando
habló de su familia fue un día especial porque Yolanda sentía que le brindaba
la confianza que únicamente damos a las personas que lo merecen.
—Mi padre era gris, dijo —Siempre callado y siempre trabajando en su parcela. Mi
madre era roja. Mujer fuerte;
imponía con solo verla entrar en cualquier lugar. Nos educó a la antigüita, con
la sola mirada que paralizaba —bromeó Alma.
Sin embargo cuando habló de su esposo su
semblante cambió, se le notó como arrepentida de tocar ese tema, guardó un
prolongado silencio hasta que finalmente soltó un suspiro y dijo —Falleció hace
mucho. Él era negro, de esos hijos
de puta violentos, un hombre frustrado. Y entrecerrando sus ojos, agregó que
era odioso, siempre alcoholizado, y al más mínimo ruido o contradicción se
enfurecía y la golpeaba con lo que tuviera a mano: escoba, zapato, tubo,
machete o lo que fuera. Mientras ella narraba una de sus golpizas, la mente de
Yolanda casi estallaba, porque su capacidad de asombro estaba rebasada.
Cuando terminó de narrar a detalle su
penar, su voz se había apagado y el semblante de Yolanda se había deformado a
causa del espantoso escenario que esa
historia le brindaba.
—Mira —le dijo Alma, y se volteó para mostrar la
variedad de cicatrices en su espalda.
Yolanda ya no se contuvo, la abrazó muy
fuerte tanto que la ahogaba y no pudo ocultar sus lágrimas. Alma en cambio,
serenamente se recuperó del amoroso abrazo, se soltó y con un prolongado suspiro
giró su torso, y su mirada buscó a la
maestra Mariela quien estaba al otro extremo de la estancia.
—Ella
es color lavanda, lila para muchos.
Es un color suave, relajado. Tengo más de un año de venir a sus clases con la
finalidad de sanar mis heridas, las del alma. Aquí todo mi pesar se esfuma, se
muere. Cada puntada, cada lienzo que termino, se lleva todo mi dolor. Ella no
lo sabe, pero es sanadora, sostuvo esbozando una fina sonrisa.
Yolanda le preguntó —Y tú, Alma ¿Qué color
eres?
Ella, con cara de desconcierto, soltó
poesía.
—A veces me siento mar infinito que
enamora con su movimiento. A veces arena gris que brilla con el sol. Luego creo
ser ola gigante que se transforma en brisa salada. —Creo que soy un matizado de
azules y blancos.
Ambas rieron y sostuvieron una mirada
cómplice y prolongada.
Han pasado semanas. Ahora Yolanda descubre
que camina distinto, se siente más suelta, más inclusiva, y más feliz; Alma la
cambió, lleva un poco más de ella, porque no puede evitar pintar con colores a
todo el cristiano que se le acerca.
Edith González Marín
Me parece interesante como se cuenta una historia que además pinta la realidad de muchas personas y como a través de una actividad sirve como una terapia para estos problemas
ResponderEliminarMuestra además la necesidad de todo ser humano de ser escuchado
Muy bella historia porq es verdad q por medio de una actividad nos sentimos bien y conocemos personas con las cuales nos identificamos
ResponderEliminarHermosa historia, compartir tu historia , tus vivencias, abrir tu corazón es el primer paso para sanar cada herida del alma (son las que duelen más) conocer lo que alguien más a vivido nos permite agradecer haber salido bien librada de las batallas que nos ha tocado vivir , está historia refleja los claros/ oscuros de la vida ,quedarte con la herida o sanarla es tu decisión
ResponderEliminarMuy interesante historia expones el gran problema del maltrato hacia las mujeres y a la vez la gran tradición de muchas mujeres como son los bordados que tanto colorido le van a los vestidos, costumbres que ya solo tienen los grupos indígenas, felicidades me encantó tu narrativa, muy amena
ResponderEliminarBello y verdadero ...que color seré ?....entre negro y gris rayando en amarillo je je
ResponderEliminarEn esta historia me sentí la narrativa de una persona que ve a las personas más halla de lo que viven, por otra parte es una historia de las diferentes personalidades que cada persona transmite. Es una historia de reflexión y surge interrogante ¿De que color soy yo o que color quiero ser?
ResponderEliminarEn esta historia sentí la narrativa como muy mía,identificada plenamente, hay que dar el paso para poder sanar el alma, mi color son los colores del arcoiris. Felicidades edi.
ResponderEliminarUn relato emotivo, con un ritmo narrativo preciso.
ResponderEliminarEn esa paleta de colores la esperanza se perfila con sello de garantía. Enhorabuena querida Edith.
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