lunes, 23 de marzo de 2020

AXEL



Coincidimos  al llegar a casa una tarde soleada del mes de abril. Mi primera reacción fue un gesto de sorpresa y negación.  Así lo recibí: con un rotundo ¡NO!  Pero…  éste cachorrito blanco  de ojos negros, mirada tierna y amorosa  en su rostro tan  expresivo,  se  fue integrando poco a poco  ha nuestra familia.
    Su temperamento lo mostró desde el primer día, para delimitar su espacio se le levantó  una cerca; pero más tardó en terminarse   que en traspasarla.
     Tuvimos  incontables visitas al veterinario; desde quedar atorado entre los barrotes, intoxicado, fracturado o atropellado por  algún vehículo,  teniendo  como resultado que al correr  su cuerpo se inclinara hacia un lado.  ¡Ponle límites!  —decían. La diaria convivencia y el cuidado hacia él nos cambiaron la dinámica familiar. Cada integrante tenía un rol específico: los juegos, la alimentación y el aseo.
    Protector y fiel guardián gracias a su postura erguida, su instinto y  su olfato maravilloso. El agitado movimiento de su cola anticipaba que la cercanía de alguien, le era grata y segura; más no así el feroz gruñido que anticipaba mantenerse a la expectativa y atento a los movimientos del otro.
     Más de una expresión de temor escuchamos desde su llegada: tener un pitbull en casa es arriesgado.  Te lanzan miradas de miedo. El mito que se ha creado en torno a ellos ha ocasionado que sea una raza  incomprendida por lo que pocos son los que se acercan y dicen: ¡Qué lindo perro! Y hay quienes dirían: peligrosamente dulce que al  sentir las caricias y juegos de los niños, manifestaba su felicidad con el constante movimiento de su cola.
     Moldear su carácter dominante y celoso no fue fácil. Al principio    colocarle la correa en el cuello era un desafío: tirando de ella,  jugueteando,  mordisqueando, girando sobre sí mismo, jadeante y excitado porque  le anunciaba un paseo.
     La convivencia y relación  con otros perros  fue difícil; sobre todo  si eran de la misma raza,  no así con las hembras que al olfatearlas; demarcaba su territorio con sus potentes ladridos y su mirada se transformaba radicalmente.
    Cada mañana casi durante nueve años sin importar las condiciones del clima esperaba ansioso el primer paseo del día;   al escuchar los pasos de su amo bajando las escaleras,  el encendido de la camioneta, brincar con agilidad a la batea y  ya una vez instalado en ella con una  postura orgullosa  recorrer la calle y anunciaba  con  sus ladridos   que el paseo iniciaba, ya era habitual entre los vecinos, era  Axel,  el güero,  decían otros. Así  hasta llegar al malecón para  bajar y correr hacia la playa… revolcarse en la arena, jugueteando  y corriendo sin parar, disfrutando de la libertad, atrapando cangrejos, correteando gaviotas o en su momento exigiendo a su dueño jugar con una vara.
     Al término del paseo ya  extenuado, seguía la rutina de  darle un baño, comer y se tumbaba a dormir cuidando  de reojo  su alimento,  pero siempre alerta a los sonidos. Por la tarde  la campana anunciando el carro de la basura, le anticipaba la segunda caminata,  orejas azuzadas y postura erguida brincando hasta alcanzar la correa, permitiendo colocarla en su cuello y  al anochecer; de nuevo el recorrido nocturno: el rondín a  la cuadra (para todos conocidos como el guardián de la colonia).
     Esa disponibilidad  de hacer ejercicio diario, la disciplina   y el afecto esperando una palabra de felicitación o abrazo; contribuyeron a mantener durante su energía y vitalidad. Rutina diaria que al interrumpirla  por alguna situación externa e imprevista, un viaje o una separación, lo invadía de una  tristeza notoria, y la depresión influyó en su salud.
      Paulatinamente al pasar de los años su comportamiento fue cambiando, dormía más, comía menos, su cansancio y desgaste físico se hicieron  evidentes.  Sólo unos pasos... hasta su último paseo. No pudo superarlo y en un día justamente del mes de abril, Axel se quedó dormido en nuestros corazones.

Nubia Huicab González
Octubre de 2017

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