En
recuerdo a Luvina de Juan Rulfo.
Te platico que después de
subir y bajar muchas lomas, allá, atrás de las montañas, entre cañadas, a
varios kilómetros de San Cristóbal, llegué a un pueblo desolado. Iba en busca
de las bordadoras de ropa con diseños ancestrales. Bajé la última loma y entre
terrones sobre la cuesta, encontré las casas cerradas totalmente abandonadas.
Continué hacia la iglesia y sentí
el golpe del aire frío y seco en mi rostro, como mil agujas clavadas en él. La
encontré completamente sola, con cuatro cirios encendidos. Reanudé mi búsqueda
y noté que la tierra era tan seca que a cada paso que daba se levantaba el
polvo, asemejando una nube a ras del piso. Levanté la mirada y a lo lejos vi la
cordillera que rodea al pueblo ausente de vegetación, dicen que en ella algún
día existieron árboles milenarios.
El viento arrastraba las nubes
que se fueron para no regresar, llevando con ellas los sueños de quienes
habitaban ahí. El frío correteado por el aire sin árboles que lo detuvieran, calaba
hasta el tuétano, que solamente con posh
me logré quitar, el cual fue difícil conseguir, por la escases del maíz.
Frente al Palacio Municipal
encontré a algunos hombres, esperando los acuerdos que el Cabildo realizaba por
el futuro de los alteños. Le hacían rueda a una mujer con chapas y labios
pintados que bailaba para ellos, supongo que mientras terminaba la reunión.
La mayor parte del pueblo en aquellos
días se había marchado. Quedaron los viejos y a quienes sus ancestros detenían,
esperando la muerte como único objetivo en la vida. Los que se fueron, huyeron
de la tierra seca porque no era posible sembrar; si a duras penas podían sobrevivir.
Seguí caminando y escuché el
silencio rasgado por las cortinas de tierra, vi cómo se arremolinaba en las
calles sin almas, buscando vida. Nadie se asomó por temor de ahogarse entre el
polvo y la desolación, o tal vez por la embriaguez.
No hubo ayuda para evitar el
hambre que arrancó la esperanza de vivir ahí. Paradójicamente las tierras que
les dieron y fueron taladas, las negaron para sembrar; aun en esa región de las
montañas sólo existe desolación.
Hoy, los habitantes de Los
Altos son fáciles de localizar, se encuentran en las grandes ciudades, ofreciendo
ropa bordada con nuevos diseños, porque los originales se los quitaron también.
Mary
Carmen Balcázar Márquez
Marzo
de 2015