sábado, 28 de noviembre de 2015

LOS ALTOS




En recuerdo a Luvina de Juan Rulfo.

Te platico que después de subir y bajar muchas lomas, allá, atrás de las montañas, entre cañadas, a varios kilómetros de San Cristóbal, llegué a un pueblo desolado. Iba en busca de las bordadoras de ropa con diseños ancestrales. Bajé la última loma y entre terrones sobre la cuesta, encontré las casas cerradas totalmente abandonadas.  

Continué hacia la iglesia y sentí el golpe del aire frío y seco en mi rostro, como mil agujas clavadas en él. La encontré completamente sola, con cuatro cirios encendidos. Reanudé mi búsqueda y noté que la tierra era tan seca que a cada paso que daba se levantaba el polvo, asemejando una nube a ras del piso. Levanté la mirada y a lo lejos vi la cordillera que rodea al pueblo ausente de vegetación, dicen que en ella algún día existieron árboles milenarios.

El viento arrastraba las nubes que se fueron para no regresar, llevando con ellas los sueños de quienes habitaban ahí. El frío correteado por el aire sin árboles que lo detuvieran, calaba hasta el tuétano, que solamente con posh me logré quitar, el cual fue difícil conseguir, por la escases del maíz.

Frente al Palacio Municipal encontré a algunos hombres, esperando los acuerdos que el Cabildo realizaba por el futuro de los alteños. Le hacían rueda a una mujer con chapas y labios pintados que bailaba para ellos, supongo que mientras terminaba la reunión.

La mayor parte del pueblo en aquellos días se había marchado. Quedaron los viejos y a quienes sus ancestros detenían, esperando la muerte como único objetivo en la vida. Los que se fueron, huyeron de la tierra seca porque no era posible sembrar; si a duras penas podían sobrevivir.

Seguí caminando y escuché el silencio rasgado por las cortinas de tierra, vi cómo se arremolinaba en las calles sin almas, buscando vida. Nadie se asomó por temor de ahogarse entre el polvo y la desolación, o tal vez por la embriaguez.

No hubo ayuda para evitar el hambre que arrancó la esperanza de vivir ahí. Paradójicamente las tierras que les dieron y fueron taladas, las negaron para sembrar; aun en esa región de las montañas sólo existe desolación.

Hoy, los habitantes de Los Altos son fáciles de localizar, se encuentran en las grandes ciudades, ofreciendo ropa bordada con nuevos diseños, porque los originales se los quitaron también.
                                                                                                                                               
Mary Carmen Balcázar Márquez

Marzo de 2015

LUVINA CERCA DE TI



Me preguntan si conozco Luvina, dicen que es un lugar en lo alto de un cerro, carente de alegría, sin motivación alguna, con chozas casi abandonadas.

¡No!, no la conozco, pero me imagino que es como la vida de algunas personas solitarias, aisladas del resto del mundo, tristes por alguna razón. Basta ver sus rostros serios, ausentes. Comen, caminan y duermen, actúan por instinto; perdieron la alegría de vivir. Tal vez tú mismo estás viviendo ahora en Luvina y no te has das cuenta.

Ese lugar distante se convierte en algo tan cercano. La verdad es que cada quien sobrevive como puede.

Olga Lidia Hidalgo Gordillo
Noviembre de 2015



¿QUIÉN DIABLOS ES LUVINA?


Luvina es una hoja seca sin árbol
La suave llama en la mirada del diablo.
Luvina es sangre
de los que tienen escasez
es sol, mosca y tierra
en la boca muerta
de la gente sin coraje.
Luvina es tersa, suave
como un pinchazo de heroína
en el brazo que cae.
Luvina es gusano y calavera
frigidez en medio de tus piernas
es un cáncer que extiende sus fronteras
José, Lupita, Pilar, Carolina,
cualquiera…

Francisco Uscanga Castañeda
Octubre de 2015


viernes, 2 de octubre de 2015

RUMBO A LUVINA



RUMBO A LUVINA

Todos se dirigían a Luvina con esa rigidez de un sentenciado a muerte. Desde aquí a diario los veía pasar. Los fuereños escalaban esa loma en busca de oportunidades. Sin excepción todos volteaban hacia atrás como dudando y después de unos minutos se convertían, no en estatuas de sal, sino en zombis aletargados por alguna maldición insospechada. Después, encandilados por el sol continuaban su ascenso interrumpidos tan sólo por los resbalones que les propiciaban nuevas heridas.

Yo continuaba allí, en esa mecedora destartalada que era testimonio del tiempo y la agresividad del lugar. Esa rutina era el bálsamo para no enloquecer, al menos la vista se deleitaba con la expresión de asombro de todos los que por ahí pasaban. El silencio era también buena estrategia para evitar notoriedad…  “dime de que hablas y te diré de que adoleces”, mi abuelo lo repetía como mantra para validar su espíritu callado que tantos problemas le ahorró y que yo quería practicar para ocultar mis temores. Después de las tres de la tarde empezaba a soplar un viento frío, que al paso de las horas se convertía en aullido de terror. Las tolvaneras pasaban por mi puerta como avisando que se dirigían a Luvina. Allá se transformaban en ráfagas que tal vez se llevaron a todos los que jamás pudieron regresar.

Nunca fui bueno para escuchar, no toleraba ese sonido uniforme que taladraba los oídos. Una larga conversación me provocaba alteraciones indescriptibles. Era como estar en un avispero, las palabras que fluían sin control se acumulaban desordenadamente en mi cerebro y… so pena de golpear al locutor, me obligaban a retirarme sin el menor gesto de educación.

Así pasó aquel día, con ese hombrecillo que llegó sediento y que gentilmente le invité una cerveza; él acepto sin objeciones y se soltó a hablar como “tarabilla”, con las ansias propias del que no ha visto gente en mucho tiempo. Al principio por prudencia lo escuché, después me fui debilitando y me arrellané en esa mecedora que ya les platiqué. No sé cuánto tiempo paso, pero cuando desperté el hombre ya no estaba. Observé unas huellas y realmente correspondían a esos botines de piel de víbora que él llevaba, iban en sentido contrario, sólo podían ser de él porque nadie regresaba de Luvina, pero este hombre sorprendentemente había retornado y debía ser por algo muy especial. Hice memoria y me percaté que era el mismo que años atrás había pasado por ahí. Mi esposa que aún vivía se atemorizó mucho al verlo y me dijo: “¡Las mujeres tenemos un sexto sentido y ese hombre tiene una mirada perversa que no me gusta… algo maligno hay en él!”, -luego insistió con impaciencia: “¡córrelo, que se vaya rápido!”… Yo pensé: “¡mujeres quién las entiende!” luego lo apresuré para que se fuera y él me fulminó con una mirada terrible y con un chirrear de dientes muy difícil de olvidar.

Me quise levantar pero no pude, mis brazos estaban completamente entumidos; yo sudaba y no podía pronunciar palabra alguna. Sobre la mesa vi un frasco destapado y en mi pantalón un alacrán que me acechaba. Comprendí la situación, el intruso había consumado su venganza. Mi fin estaba cerca, recordé la frase de Lucila “¡Las mujeres nunca se equivocan!”  El viento hizo su presencia como todas las tardes, pero ahora se detuvo un poco más frente a mi casa. Yo me refugie en el placer ambiguo de sentirme parte de su fuerza y juntos nos fuimos a Luvina por esa loma que nunca quise escalar.

Lourdes Marín Ramírez
30 de julio de 2015


SI VOY





De los  cerros  altos del rur,,
el  de Luvina es ell más alto
                                                                                 y el  más  pedregoso

                                                                Juan  Rulfo

-Mire mi estimado, yo creo que todavía está a tiempo de arrepentirse. A Luvina no llegas, naces allá y pa luego te vas. Ve ese pico calizo, allá es. Pura piedra porque sopla todo el dia  un viento caliente, como si viniera de la mismita boca del diablo, es un ventarrón sucio, que quema la tierra y la resquebraja, a veces es tan fuerte que arranca los tejabanes de las chozas. No crece ni un arbolito de sombra, ahí tristemente unas yerbitas escondidas trás las piedras.
-No mi amigo a Luvina no llegas, ¡te vas!
El joven aludido, limpiándose con el pañuelo el sudor negroso que le escurría por la frente, miró desolado al viejo que así le hablaba y que sólo detuvo su perorata para tomar un largo trago de cerveza, recargado sobre la barra de la solitaria cantinucha; se limpió la boca con el dorso de la mano y prosiguió inclemente:
 -Piénselo bien, un año es demasiado pa cualquier. Como le digo, el viento no para ni de dia ni de noche. Ja, le va a curtir la piel y se va a quedar todo reseco, como la tierra.
Hizo una pausa escarbándose el oído con su larga uña, para dar lugar al comentario del muchacho, que guardó silencio; se quitó la cerilla en la franela con que sacudía la barra y  prosiguió:
-Ustedes los de la suidá no están acostumbrados a las penas. Allá no hay agua pa lavarse, y el calor aprieta en mayo, aún así, se tiene que dormir  con las botas puestas, porque los murciélagos te chupan la sangre hasta por las patas. Ja, y ese vientecito es cabrón, se cuela por el culo o por la nariz al cerebro y te araña en los sentidos, como cuando se te mete una cucaracha al oído.
-¿Te acuerdas Chencha que a mi compadre Jacinto se le metió una vez una y se volvió loco del puritito ruido?
El muchacho secándose el sudor miró directamente a los ojos del hombre y dijo lleno de orgullo:
-Yo estudié medicina para ayudar a la gente y mi deber es realizar mi servicio social. ¡Quiero curarlos, que aprendan a comer bien, saludable, a que las mujeres no se mueran de parto y convencerlas para que no tengan tantos hijos!
-¿Ja y que van a comer? Allá -dijo señalando el pico blanco a lo lejos-, sólo mezquites y ratas de campo.
-Cuando regrese a su casa güerito, tan curtido del sol y del aire no lo va reconocer ni su madre que lo parió, de renegrido y flaco va a creer que le pegó la tisis.
-Eso si no lo mata  antes un cabrón. Pos sólo a usté se le ocurre que una mujer decente lo va a dejar curarle el parto. Los nacimientos los atiende la partera, si es niño le embarran el ombligo con la tierra blanca, pa que crezca juerte y regrese siempre cuando se vaya a trabajar pal otro lado. 
-Ja, pero si es niña, pos que diosito y la virgen la cuiden, si los encuentran, porque la iglesia desde endenantes que se le cayó el techo no tiene cura. Ya ve usté, ni eso tiene “cura” -dijo el hombre riendo dejando ver sus dientes separados y muy amarillos.
-Hágame caso, yo lo veo muy pollito, y pos con todo respeto creo que lo agarraron de pendejo.
Se escuchó a lo lejos el run run de un motor, el camión embarrado de lodo seco se acercaba, luciendo en el parabrisas un letrero despintado que decía LUVINA
El joven sacudió el polvo de su blanco pantalón y sacó unas monedas que puso en  la barra de madera, -quédese con el cambio. Tomó su maleta, hizo la parada y abordó el estribo.  Desde ahí con una sonrisa hizo al viejo cantinero un saludo militar.


Marissa Hess
Marzo de 2015

miércoles, 22 de julio de 2015

Los Ayeres

                                                            


                                  Por cualquier lado que se le mire, Luvina
                                  es un lugar muy triste.                                        
                                  Para Juan Rulfo: In Memoriam   



Siempre pensé que Luvina era el nombre de una mujer. Pero lo que nunca imaginé es que se trataba de una mujer vieja, ajada y llena de resquebrajaduras.

Me lo advirtieron en la plazuela de Santo Domingo de los Afligidos: ¡No vaya para Luvina, es un pueblo maldito, habitado por almas rencorosas que nunca salieron del Purgatorio!

Esa mañana nadie me quiso acompañar por el camino que llevaba al pueblo, solamente me lo señalaron con el índice, se persignaron presurosos y me dieron la espalda. Ni siquiera se dignaron venderme un burro. Apresuré el paso con mi mochila a cuestas y una cantimplora con agua. El camino pedregoso, ocasionalmente estaba bordeado por biznagas o mezquites, pero después de unas horas apenas se miraban unos miserables hierbajos resecos por el sol inclemente. Inexplicablemente mi reloj de pulso se desquició, y el minutero giraba sin detenerse. Me imaginé que habían pasado varias horas y ya estaba cansado de caminar. Una bandada de urracas me distrajo, y al voltear, Luvina resplandecía en el desierto salino de la tarde.

Con dificultad llegué al borde del poblado que estaba solitario y perdido en el tiempo. Solamente las maromas giraban como locas porque ni viento había. Un calor insufrible parecía brotar de las cuarteaduras del suelo. Seguí caminando sin rumbo, adentrándome en ese caserío de barro que parecía detenido en el mismísimo hervor de la tarde. Llegué a lo que parecía ser la iglesia, no tenía puertas ni ventanas, ni santos había, ni cruces, ni techo ni nada. Me arrinconé en una esquina y me puse a rezar la única oración que me enseñó mi madre: San Atanasio bendito cuídame. Protégeme de las acechanzas del maligno…Me quedé dormido sin darme cuenta. Cuando desperté ya había anochecido, únicamente se escuchaba el aullido lejano de los coyotes cimarrones y el ulular de las lechuzas inmóviles. Comenzó un vientecillo apenas, un aire que olía como a sudores viejos. Entonces se escuchó un lamento de mujer, tan profundo que se me erizaron los pocos pelos que tenía en los antebrazos. Me levanté como petardo y siguiendo las paredes con el tacto caminé hasta la salida. En la penumbra se distinguía claramente una hilera de sombras que caminaban lentamente con un pocillo en una mano, y en la otra una veladora encendida. Me acerqué decidido a ellas, pero al llegar se disolvieron en la nada, solo sobrevolaba el tizne y la polilla de los maderos carcomidos. Me fijé muy bien y en el suelo encontré un escapulario que tenía cosida de un lado la foto de una niña muerta, acostada en un petate y rodeada de flores pobres del desierto. Sin pensarlo dos veces me lo coloqué en el cuello, y seguí buscando a esas mujeres enrebozadas que murmuraban entre dientes un rosario sin fuerza.

No las hallé por más que puse toda mi habilidad, quise regresar a la iglesia, pero perdí el camino. Quería resguardarme porque el aullido de los coyotes se oía más cerca. Descubrí una casucha de adobe que aún permanecía en pie con un portón desvencijado. Me encerré y busqué donde esconderme, encontré un tapanco, me subí rápidamente y me cubrí con unas pacas de olote. No era miedo, pero empecé a sudar un agua rancia como de podridero y una tristeza que me llegaba hasta los huesos. El portón se abrió, y el rosario de voces entrecortadas se escuchaba más nítido. Una mujer joven pero de mirada vieja, completamente vestida de negro se acercó a mí, me extendió los brazos y me jaló a sus pechos turgentes.

Dos arrieron fueron a buscarme de día, después de recorrer Luvina de norte a sur. Me encontraron tirado en la plaza, reseco, con la piel amarilla pegada a los huesos como los biliosos, sin ojos, sin sexo, y estrangulado con el escapulario de la niña muerta.

 José González Gálvez

Abril de 2015



Así es Luvina





Allá el aire es caliente, golpea como brazas de comal con remolinos de polvo, así como cenizas agitadas y brotes de chispas invisibles,  encandilando los ojos ya nublados por tolvaneras de recuerdos plagados de fantasmas.

El sol calienta sin misericordia en el día y por la noche la frialdad penetra hasta los huesos con una terrible sensación de desamparo,
que vislumbras traspasando las ramas secas de los arbustos, en una danza acompasada por las notas del olvido.

En Luvina se anida la tristeza, se respira la añoranza que sucumbe al aroma penetrante de amores añejos, se ensordecen los sentidos con el lúgubre tañer de campanas rotas presagiando  la desolación de los muertos, al cobijo de las noches que la luna se niega iluminar.


Angélica Carmona

Marzo 2015


Recepción al Infierno


                                                    In memoriam de Juan Rulfo

¡Qué quee!!!   ¿Qué va usted hacia Luvina?
Ay amigo, no sabe lo que dice. En Luvina no hay nada qué ver, ni qué hacer.
Es un pueblo muerto en vida, refundido en lo más alto de una montaña, totalmente abandonado por las autoridades; vamos,  alejados de la mano de Dios. 

Todo en él es gris, negro, tan negro como la noche. Ahí hace un calor endemoniado y soplan todo el día unos ventarrones, que aunado a la escasez de lluvias hace que la tierra se seque, se desquebraje y se desmorone como castillo de arena, ahí no verás ni una maldita planta que le dé vida al ambiente; vamos, casi casi es la antesala del infierno.

La gente deambula por sus calles con la cabeza gacha, parecen ánimas en pena, tal vez intentando inútilmente expiar sus culpas. Aquél es un lugar moribundo donde sólo se escucha el silencio de la soledad.

Cuando nace un crio; si es niña, ya se fregó porque deberá permanecer siempre al cuidado de sus mayores; si es niño, apenas deje de mamar y pueda agarrar una pala, se va a trabajar al otro lado; pero eso sí, hay que reconocer que sus ombligos los tienen bien enterrados, porque siempre regresan para llevar provisiones o para dejar cargadas a sus mujeres, aunque nunca falta uno que otro cabrón que se olvide de hacerlo.  

Verás a los viejos sin fuerzas, sin esperanzas, esperando que Dios se apiade de ellos y termine de una vez por todas con su cautiverio;  y a las  pobres mujeres de cuerpos flacos y secos, cubiertas de un polvo gris, tan gris como su propia existencia cargar cada una la pesada cruz que les tocó llevar en el  viacrucis de sus vidas.

__ Bueno, ¿por qué si es tan feo no se van de allí?
Porque dizque ¿quién cuidará de sus muertos?  
¿Que si conozco Luvina? ¡Claro que lo conozco!
Por eso le digo que no vaya, que no se arriesgue, para que no termine como esos viejos… ¡bien jodido!     

Ojalá alguien me hubiera dicho lo que yo a usted, porque de haberlo sabido a tiempo… ¡Ni madres que hubiera yo subido!
Ana María Huerta Ramírez
Marzo 2015

domingo, 31 de mayo de 2015

Trabajos enviados a la IV Edición del Concurso Internacional de Microrrelatos Museo de la Palabra Fundación "César Ejido Serrano" Madrid España


INSTINTO PATERNO



 Medianoche. Vuela incorpórea figura, se detiene en el quicio de la puerta abriéndola, los goznes chirriaron. Luisito despertó asustado; rayos en los cuencos de los ojos vacíos le erizaron los pelos. Espectrales vueltas aéreas alimentaron su llanto. El fantasma recordó el feliz 1914; había matado de miedo a padres e hijo con esa actuación. Esta vez nadie acudió. Traspasó la recámara matrimonial: él miraba el futbol, ella, con audífonos puestos leía una novelita. El niño lloraba angustiado. Sobre el sudario blanco hamaqueó al crío arrullándolo. Se dijo con voz de ultratumba: -Soy un cursi fantasma viejo-

Marissa Hess


DESBRUJULADO



Ormuz era un topo que había nacido completamente ciego. Vivía intranquilo en su madriguera. Deseaba conocer el brillo de la luna del que hablaban continuamente sus compañeros cuando salían a pasear. Solitario rumiaba su aislamiento pero ideaba como llegar a la superficie. Un día decidió excavar sin pensar que estaba completamente desbrujulado. Trabajó sin parar día y noche abriendo túneles sin sentido, olvidándose hasta de comer. Cuando la consistencia de la tierra se hizo blanda supuso que había logrado su objetivo, dio un último mordisco y sin esperarlo, cayó en una fosa séptica oscura y maloliente.

José González Gálvez 


CLAUSTRO



Acelera el paso, no te detengas, puedo arrepentirme. Al llegar a la casona amurallada los pesados maderos se abrieron, simulando recibirme con la tibieza de un abrazo, que en el mundo de afuera me fue negado. Estoy a salvo. Este será mi refugio sempiterno, aquí no hay espejos: vestido de añoranzas, abrigo de rezos, calzado de paz. No creo en la vocación de este estéril quehacer, pero lo asumo con la entereza del desahuciado. Quizá llegue el amor, ese que no concibo sin tocar, sin oler, sin presencia. Desdibujare el camino sin intención de caer en lo profundo del recuerdo.

María Esther Balcázar Márquez



AMANTES DEL AIRE



Pedalea lento con los brazos extendidos. Su corazón sigue a los ojos fijos en la rueda sobre el alambre, tenso a veinte metros del suelo. –Hoy no quiero la red- dijo al subir. El silencio reina en la carpa, cien cabezas lo miran conteniendo la respiración. Su corazón se desvía, sigue a la mente que viaja hacía la rubia del trapecio. Anoche la sorprendió abrazada al joven domador. –Ya no lo quiero, pero no lo puedo abandonar- gemía llorosa. Mientras cae en el vacío recuerda las últimas palabras: -¡Ojala se muera!-

Marisa Hess



FUGA



El disparo invade el ambiente. Sonia lo escucha con el corazón agitado. Tengo que correr, esconderme, que nadie me busque porque ya no estaré, me desangraré hasta morir, renaceré en otros tiempos, debo huir de mi pasado triste, de los muertos, de los engaños y los golpes de mi padre. Tengo que huir, perderme ahora. La cinta se rompe al contacto con su pecho; una vez más Sonia ha llegado primera. Respira mientras recibe los aplausos del público y abrazo de sus compañeras. Nadie, sólo ella, sabe lo que pasa por su cabeza a lo largo de cien metros.

Rosy Márquez 




domingo, 19 de abril de 2015

A LOS BERNALES DE TODOS LOS TIEMPOS


Luego de leer y escribir de manera individual por mucho tiempo, ingresé al Taller Literario Bernal Díaz del Castillo una noche de miércoles de hace ocho años, justamente en un caluroso mes de abril. Desde entonces, he compartido mi tiempo con las actividades propias de quienes aman la literatura, enriqueciéndome con el pensamiento y las pasiones del hombre a través del quehacer que une a los Bernales. 
  
La aventura de escribir ha sido un reto de crecimiento y un camino de aprendizaje. En 2009 participé con la Unión Estatal de Escritores Veracruzanos con  trabajos de poesía, siendo el material incipiente de una osada aprendiz. Para Julio de 2011, formé parte del evento Letras por Coatzacoalcos organizado por el Ateneo Puerto México, A.C., La Unión Estatal de Escritores Veracruzanos y el H. Ayuntamiento de la localidad, dentro de los festejos de los 100 años de Coatzacoalcos y la celebración del Encuentro Internacional del Mar. Elaboré una prosa poética dedicada a mi hermana mayor, evocando los años de infancia y adolescencia vividos en nuestro querido puerto. La compilación de los escritos después tomó forma de libro.

La edición cultural Ex libris del Diario del Istmo recibió los trabajos del Taller por año y medio de forma constante. Tuve entonces el placer de colaborar en el proyecto junto a Claudia Morales, Ignacio Ordoñez y José González Gálvez. Un foro abierto que mostró el relato de nuestro alfabeto particular, que a la vez permitió conocer las generosas respuestas de nuestros asiduos lectores.

He tenido el gusto de contribuir en las publicaciones de Toque de Queda, producción literaria colectiva que resulta de los trabajos realizados dentro del aula, que inician con un “pie forzado” derivado del estudio de obras, autores, géneros o corrientes que marcan el camino del pensamiento escrito. Como quehacer honorable de nuestro colectivo, en 2011 incursioné en el trabajo editorial junto a María Esther Balcázar y Rosy Márquez, artífices de la cultura, caudal de conocimientos que hizo fértil la tierra donde sembramos prosa y poesía, dando como resultado la versión número siete.

Afortunada por realizar trabajos muy interesantes que nos remiten siempre a la historia del acontecer humano, en 2014 La Unión Femenina Iberoamericana tuvo la gentileza de invitarme a su proyecto Mujeres Irrepetibles para tomar el papel de la extraordinaria Nahui Olin, quien inundó mi vida con el afluente de la suya.

Una distinción por demás halagadora, fue la invitación de mi maestro José Gálvez para ofrecer una crítica de su más reciente obra Nostalgia de Sirenas, presentada en noviembre de 2014, en el auditorio de Casa de Cultura. Maestro de lujo que, con profunda pasión, ha guiado a los Bernales desde hace veintiocho años.

Hace unas semanas decidí participar en el certámen nacional de los Juegos Florales edición XXIX con sede en Coatzacoalcos, por el impulso que mueve mi pluma y para goce de una fuente creadora que me habita. Fui feliz desde entonces, disfruté cada texto que surgió sin control de tiempo, pues uno no es nada cuando el deseo de escribir se impone. Esta era una oportunidad de evaluación propia, una manera de medir mis pasos y un posible avance en mis intentos. El premio María Fernanda al primer lugar es un honor que ha rebasado a mi persona,  ha sido lisonja permanente que me provoca un impulso indescriptible.

Este es un trayecto que comparto con singular emoción con el único fin de recapitular un tiempo maravilloso; acompañada de seres valiosos, amigos con quienes he crecido observando el mar del Golfo y gozando de los vientos fuertes del norte, junto a la bocana del río Coatzacoalcos. Escritores talentosos, compañeros que han sido mis maestros; cada cual un cincel para pulir el jade eterno de la poesía.

Este premio lo dedico con amor al Taller Literario Bernal Díaz del Castillo y a los Bernales de todos los tiempos.

Carolina Guzmán Sol




HAY UN LATIDO FALSO EN EL RELOJ DE SUEÑOS



Mis noches de insomnio abren paso a tu recuerdo etéreo
azotando puertas junto al viento estéril del silencio
que he de vivir a oscuras
y el ingrato horario se mantiene cerca.
Es un voyerista sin ánima.

Me siento en el mecedor frente a la ventana
para menear un poco mi queja
son las dos de la mañana y no puedo dormir
otra vez te estoy necesitando
siento tus manos en los valles húmedos que observo
el viento imprime una deliciosa caricia en mi piel
me conformo con la idea de ti
para desbordarme en deseos.

Se escucha un lamento,
es un lamento de mujer…

Susurro mis versos para provocarte
comenzar nuestra noche íntima
morir y renacer en ti
en tu idea de planos tridimensionales de los cuerpos.
Fundirnos sobre textos mórbidos
aspirar el olor de los géneros
incitar caracoles que me habitan
y despiertan de amor poseídos
bajando por mis piernas
para ungirme con tu saliva.

Guío tu trayecto con el vaivén ansioso del placer
para lactarte del pezón erecto
que desespera por tus fauces
por el éxtasis que descompone la forma de este cuerpo
donde esparces miel fecunda en pinceladas diestras.
Agitada, vibrando,
busco tu mirada insondable
para acompañar el ritual solemne de mis dedos
en la elocuencia avasalladora de mis manos
para develar la brecha sagrada
que habitarás impulsado por el aire
mientras canto las tres sílabas de tu nombre.

Pero en mi cumbre hay un abismo sin eco.
Te clamo y no me escuchas.
No piensas en mí
¡Tu corazón no requiere el mío!
Y en esa idea zigzagueante que no tocará tu vida
busco tu última caricia para lamer el sol que me incendia.
Hay un latido falso en el reloj de sueños
el desajuste rítmico altera el tiempo
que pusiste a tu promesa eterna
a tus labios dulces y salados.
Entonces pierde sintaxis tu poema diurno
y tu voz dispersa se escurre lenta por mis pechos.  

A la isla vuelven las rocas
bailan una danza fúnebre
una protesta de amor
un reproche que no se dijo
pero suena en el violín
de todas mis canciones tristes.






MEDUSA ONDULANTE




                     Si Dios me concediera un instante más de vida,
                             daría valor a las cosas, no por lo que valen
                             sino por lo que significan.
                             Gabriel García Márquez
                                                       
                             Para Liliana Snyder: In Memorian
                                                                                         

Tu vida es como el vaivén de los sirocos que danzan cerca del fuego; te acercas sin sentir   
las brasas que anuncian el final, casi un deseo.

Aquella historia fantasmagórica que te precede, asfixia, oprime el corazón, solo el sueño infinito acallará tu sufrimiento.

Hay ausencia de sentidos, quisieras que el mar recogiera, no solo tus cenizas, también tus sueños y vigilias, misteriosos desatinos. Y en el fondo del lecho marino, la humedad de tus ojos tristes, aquellos confinados a cuencas en penumbra que jamás vieron luz, se confundirán con el agua salobre del mar adormecido.

Tu rubia cabellera como medusa ondulante, danzará una sinfonía impronta de la mano de peces alados e hipocampos.

Ya no hay borrasca, solo recuerdos; del azul obscuro de tus labios yertos, no saldrá palabra alguna… quizá una sonrisa; la misma que en tu afán de oposición vital le negaste al mundo.

María Esther Balcázar Márquez

Coatzacoalcos, Ver. 16 de enero de 2015

DESCALABRO



José, mi jefe y maestro.
Después del feo banquetazo
sobrevino gran consuelo
pues a gracias a tus curaciones
no está mi familia en duelo.

Con amor Pilar

Noviembre 26 de 2014